domingo, 10 de enero de 2021

Revisitando a Pérez Galdós


 

No diría que sin la pandemia hubiéramos tenido un «año Galdós» más lucido. Eso ya forma parte de un contra--inventario, aunque tenemos la experiencia de algunos aniversarios no menos importantes que han pasado sin pena ni gloria. Sea como fuere, el caso es que Pérez Galdós ha caminado de puntillas por el año 2020. Ni siquiera el gremio del periodismo le ha recordado, habida cuenta de que don Benito es una de las glorias de la profesión.

Desearía recomendar a mis amigos, conocidos y saludados la lectura de las obras del autor de los Episodios Nacionales. Y, al mismo tiempo, subrayar con brocha gorda alguno de los rasgos más relevantes del escritor.

Primero.— Es portentosa la coralidad del conjunto de la obra galdosiana: miles de personajes, claramente identificados, que forman tramas diversas que, en ocasiones, encuentran continuidad en otras novelas.

Segundo.— Me parece que Galdós, junto a don Juan Valera y Leopoldo Alas,  tienen el léxico más rico y preciso de la literatura en lengua castellana. De hecho, soy del parecer que los novelistas del siglo Diecinueve –incluso los considerados menores— han manejado la lengua mejor que todos los que vinieron después, incluidos los patológicamente sufridores del Noventa y Ocho, entre cuyas virtudes estuvo ver lo que se caía, pero nunca lo que iba emergiendo.  Mi padre me dejó en herencia muy poca simpatía por los noventayochistas, a los que llamó la Generación Chuchurría.

Tercero.— Galdós indicia un estilo que es utilizado en estos tiempos por novelistas como Éric Vuillard,  Laurent Binet, Antonio Scurati y nuestra Almudena Grandes.  Es decir, rigor histórico en lo esencial, rodeado de una trama plausible, cuya intención no es el adorno sino describir el contexto de una época. Galdós, sobre todo, contagia a estos escritores con un enorme respeto al lector, que sabe diferenciar lo que es verídico de aquello que le rodea.  De ahí que, de un lado, los Episodios Nacionales sean una enciclopedia que enseña una parte importantísima de la historia de España del Diecinueve y, de otro lado, el resto de su novelística sea un potente libro de texto de antropología de cómo éramos en aquellos tiempos.

Ya lo dijo, tiempo hace, Paco Rodríguez: «Para entender los vaivenes y los remolinos de la sociedad y de la política española a lo largo del siglo XIX, es posible seguir dos caminos: el primero es estudiar las síntesis históricas escritas por profesionales competentes en el periodo; el segundo, seguramente más largo pero también mucho más ameno, leer las novelas de Benito Pérez Galdós, de cuya desaparición se cumple este año un siglo» (1).  

Punto final. Nuestro autor comparte la gloria, junto a Leon Tolstoy, de no haber recibido el Premio Nobel de Literatura. Ignoro por qué la Academia se hizo el sueco con el autor ruso. Pero sí sabemos que, desde lo más bajo de los casinos de la ciudad y el campo hasta las estancias más altas de los palacios, hubo un movimiento para impedir que don Benito recibiera el Nobel. Los abuelos de las zafias derechas españolas ya iban señalando el camino. Al final la cosa se saldó con la concesión de ese  galardón a un mediocre –diré mejor, mediocrérrimo— autor teatral, un tal José Echegaray que era ministro. De este caballero nadie se acuerda, así en la Tierra como en el Cielo.

Lean, lean a don Benito. Y luego me cuentan.

 

1)           http://vamosapollas.blogspot.com/2020/01/un-amor-de-galdos.html

Post scriptum.--- «Lo primero es antes», enseñaba don Venancio Sacristán.

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