Nota editorial.--- Publicamos una colaboración un
tanto insólita. Sus autores, que firman con el antifaz de Mano de Mortero, son
los corresponsables de este blog en Brácana, Tocón y Alomartes. Partimos de que
la caridad es una virtud teologal (Metiendo
bulla)
Por Mano
de Mortero
En los tiempos de pleno o semi confinamiento que corren cada uno puede elegir el lugar,
real o imaginario, desde donde escribir. Hace meses, un grupo de recalcitrantes
clandestinos decidió hacerlo desde un desierto situado en una geografía que
entre la Edad Media y el siglo XIX era conocida por los europeos como Tartaria,
una gran extensión de tierra entre Siberia y
Manchuria, ocasionalmente el Tibet, poblada por diferentes pueblos*. No
hay razón de peso para achacar a los tres tártaros excentricidad alguna; de
hecho se refugiaron becquerianamente ´en el salón del ángulo oscuro´ por la
misma razón que el siglo XXI, según dicen algunos, es el “Siglo Chino” como el
XX lo fue “Americano” -cuestión que
está por ver, quien pueda verlo, claro-- o por el mismo motivo que el juego de
espejos iniciado con la Pandemia 3.0 ha ofrecido por momentos una imagen de
Europa de contornos tártaros, despejada de manera inestable hoy. Sin embargo, el eco de las danzas tartáricas
en su versión hispánica ha continuado y no parece dar respiro. Da igual que
azote el Virus como que se presente Filomena barriendo la Península con nieve y
con hielo. Lo uno y lo otro con sus trágicas señas de duelo.
Las cifras de muertos son la letra que poco importa
a la música de la derecha española. Contra el consenso, lema y estandarte, en
una cruzada que no cesa de denuncia del mal moscovita, aunque Moscú se haya
disfrazado de Vox para no infundir sospechas. Por lo demás, nos maliciamos que, dentro de
poco, las irascibles derechas aprovecharán «el golpe» para echarle la culpa a
un tierno infante, Pedro Sánchez –nueve añitos recién cumplidos--, de ser el
inspirador intelectual de la tejerada. Pero no adelantemos situaciones.
El gobiernillo catalán, que algunos han bautizado
como el governet, aquejado de fuertes ataques peristálticos se ha metido
en un considerable berenjenal. Comoquiera que no le salen los números ni a los
de Waterloo ni a la Abadía de Junqueras han tirado por la calle de en medio y, aplicando
la quirúrgica caballuna, suspenden sine die las elecciones que en principio están
convocadas para el fastosísimo día de los enamorados. El Tribunal Superior de
Justicia de Cataluña ha dejado de momento sin efecto la mandanga. No les
cansaremos meneando el asunto, pues aquí al contrario de la «merda de la
muntanya» si esto se menea el ambiente se vuelve tóxico. Pestosamente tóxico.
Como tampoco insistiremos en las declaraciones de P. Iglesias acerca de los
exiliados republicanos y su semejanza con el fugitivo de Waterloo. Para
nosotros –discípulos de aquellos tártaros famosos del primer confinamiento— el debate
se ha cerrado, porque no queremos avergonzarnos más de lo debido de que un
ciego guíe a un grupo de locos.
Dentro de poco se van a cumplir 40 años de ese acontecimiento
que marcó la historia de España, el fracasado golpe de estado del 23 de febrero
de 1981. Sobre este asunto hace unos años se suscitó interés a partir de la
particular “novela” de Javier Cercas, Anatomía de un instante (2009), sugerente pero a la que le faltó tener una información más
amplia sobre las respuestas ante el golpe[1]. A esta siguió un producto de diferente signo y formato, el falso
documental sobre el 23-F, la "Operación Palace" de Jordi Évole, que en 2014 arrasó en las redes sociales con
opiniones a favor y contra. Otro momento, otro contexto, sin duda. Vamos a ver
qué uso del pasado se va hacer con el yugo y las flechas de estos cruzados de
hoy, de los influencers de la nostalgia de las corralas mediáticas que
van empujando a la “Gran irritación”. Estamos expectantes, con o sin razón,
ante el desafío que representa integrar aquel nefasto acontecimiento en la
“Gran irritación” de esta troupe. Camino, mucho nos lo tememos, del gran
nihilismo.
Con o sin razón, estamos a la espera de ver cómo
las voces “subestatales”, en particular en la Cataluña declinante de hoy, se
enfrentan a la fecha del 23-F para seguir insuflando el discurso post procesista.
También nos suscita curiosidad, tal vez con más motivo en este caso, el modo de
“conmemoración” que decidirán todos aquellos que han venido echando mano del
espantajo del “Régimen del 78”, ese constructo disfrazado de categoría
huera –de bolero cacofónico-- para analizar y comprender el itinerario
histórico de la democracia española, como sabemos ya, con nulos resultados.
Vamos a ver, si la izquierda es capaz de valorar de manera adecuada y crítica
el significado de la superación aquel golpe, hasta cierto punto estrafalario,
pero sólo hasta cierto punto, retransmitido de manera fragmentaria y accidental
por RTVE.
En
todo caso, sería útil que no hubiera ni “conmemoración” ni rápida mención para
“cubrir el expediente”. En tiempos de populismos –de todos
los populismos que finalmente confluyen en uno sólo-- conviene preguntarse sobre el
significado de aquellos acontecimientos que hace cuarenta años mostraron la
fragilidad de la democracia, que no es un lugar al que se llega sino un lugar
al que se va, que nunca está totalmente construida, sino que está en permanente construcción por las reformas necesarias
ante el peligro de transformarse en caserones deshabitados o bien en palacios o
capitoles de invierno amenazados por la oclocracia (el gobierno del gentío) de
la que ya nos habló Polibio hace unos cuantos siglos en su pragmática historia.
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