En
algunas ocasiones y lugares las primarias se están convirtiendo en una
chuchería del espíritu. Pongamos que hablo de Madrid. Antes de seguir con este
ejercicio de redacción me permitirán que recuerde algo que interesadamente se
quiere mantener en el olvido. Este método de elegir a los candidatos –incluso
con el orden de los mismos en la lista electoral—fue una creación de Comisiones Obreras en los primeros tiempos de su
legalización como sindicato. Por lo general se sigue manteniendo en la práctica
de las elecciones a los comités de empresa. Lo digo como recordatorio para
quienes, muy posteriormente, se vistieron de originales y con ganas de
abochornarles que no citaran la fuente. Dicho lo cual, vamos a lo nuestro.
El
PSOE en Madrid ha optado por hacer primarias para elegir a su candidato a la
alcaldía de la capital. Ahora bien, no es escrupuloso que esa técnica se vea
interferida por los poderes institucionales de la organización y, antes de
abrir el proceso, se nombre un candidato por parte de la dirección del partido:
en este caso concreto por Pedro
Sánchez. En este caso, la ética de las primarias no tiene su
equivalencia estética. Más todavía, que se haya organizado un acto por todo lo
alto en Madrid para presentar con toda solemnidad a Pepu Hernández. Allí habló,
como primer orador Pedro Sánchez, quien reivindicó su «derecho a apoyar al
candidato». Un servidor no se lo niega. Pero le hace ver dos cosas: una,
también los apoyos a tal o cual candidato tienen sus tiempos; otra, mal método,
además, para una organización tan levantisca como el socialismo madrileño,
siempre tan necesitada de sastres que sepan manejar adecuadamente sus retales.
En
resumidas cuentas, son unas primarias con escaso perímetro.
Dicho
lo cual no podemos pasar por alto algo tan recurrente como la actitud de las
derechas patrias: no han pasado ni cinco segundos cuando ha arreciado el ataque
a Hernández. Aunque el candidato fuera
el padre Ángel las derechas le hubieran acusado
de interferencia al ramo de la Hostelería por darle de comer al hambriento;
tampoco si lo hubiera sido (san) Isidro Labrador,
a quien hubieran afeado de distorsionar el mercado de trabajo porque, mientras
rezaba piadosamente, los ángeles del cielo araban la tierra a destajo. No
obstante, también la leyenda aclara que Isidro dejó dicho: «Aré lo que pude». Entiéndase bien: aré de arar, no de hacer.
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