«Sombrero
en mano entró en España / y al verla se descubrió», cantaba Pepe Blanco en tiempos muy remotos. Y un servidor,
niño chico, se imaginaba a un tío que pasaba andando los Montes Pirineos, que
según nuestro maestro nos separaban de Francia. Tan extasiado estaba el
caballero que, sin ver nada más, siguió
con la coplilla: «España, no hay más que una / ya lo puede usted decir / y el
que quiera convencerse / que se venga aquí a vivir». España era para mí
solamente Santa Fe y, tirando largo, Granada. De
todas formas yo quedaba extrañado porque nunca vi a nadie entrar sombrero en
mano en el pueblo. Ni siquiera bajando de la alsina.
La
cosa viene a cuento porque estoy percibiendo un profundo olor a alcanfor en
esta campaña electoral. Y, con toda seguridad, el diapasón patriotero se
incrementará conforme nos vayamos acercando a la apertura de las urnas.
Sombrero en mano entró en la campaña. Parece que hay una competición en ver
quién lanza con más fuerza los suspiros de España. No sólo desde la derecha,
una y trina. También las izquierdas han comprado el particular sombrero que perdieron los cenizos de la Generación
del 98. España como patología. Tiempos de nacionalismo de quita y pon.
En
esta campaña las izquierdas intentan ligar la cuestión nacional con la cuestión
social. Que lleva tiempo siendo un comistrajo. Es más, a la chita callando, la
llamada cuestión nacional ha devorado a la otra hasta hacerla irreconocible.
Sólo ha sido un aliño para que algunos hicieran una excursión a la cuestión
social y, de ahí, trasladaran sus atalajes al nacionalismo. Lo hemos visto en
Cataluña.
Addenda.
Hace tiempo que estoy buscando un libro donde Norberto
Bobbio y Maurizio Viroli conversan. Estoy
que trino porque no lo encuentro. Pues bien, en un momento dado el maestro
Bobbio afirma algo parecido a esto: Cuando en un pueblo perdido veo una estatua
de Dante me digo
que esto es Italia. Pues bien, cuando oigo lo de «sombrero en mano entró
en España», veo que esa España sólo es un rancio constructo, que huele a
pies.
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