¿Qué
queda de la huelga que no fue? Sólo el olor de las ruedas quemadas bloqueando
algunas carreteras de Cataluña, los desperfectos en el mobiliario urbano y poca
cosa más. El do de pecho que el independentismo había declarado se saldó con un
estrepitoso fracaso. Más todavía, se ha reiterado la evidencia de la división
de la sociedad catalana: de un lado, manifestaciones de calle y, de otra, el
funcionamiento normal de los centros de trabajo; se pusieron andamios y las
hormigoneras funcionaron, las fábricas y los talleres levantaron las persianas;
las oficinas, tres cuartos de lo mismo. El llamamiento a la huelga general, que
realizó un sindicato probeta se
convirtió en un lock out patronal. En un
adefesio.
El
momentum tan acariciado por los
estados mayores del independentismo fue un fiasco. Las palabras del ex
consejero Santi Vila ayer
en el Tribunal Supremo («Hicimos de aprendiz de brujo») pueden encajar
perfectamente con lo ocurrido en el día de ayer en Cataluña.
Con
todo, quedan otras circunstancias. El ataque de un escuadrismo grupuscular
atacando la sede de Comisiones Obreras y la
construcción conceptual y lingüística que intenta destruir los significados y
significantes de lo que es la «huelga» y en este caso la «huelga general». Es
decir, la huelga –sea general o no--
como expresión de la paralización concreta de la actividad en los
centros de trabajo. En el caso del glosario independentista, la huelga general
queda reducida a manifestaciones fuera de los centros de trabajo. Una
distorsión conceptual que, en el fondo, indicaría la impotencia de paralizar la
producción y los servicios. O, lo que es lo mismo, la desconexión con el
conjunto asalariado.
Una
distorsión tan esperpéntica que incluso llega a considerar que el gobierno
catalán –esto es, la patronal-- se sumó
a la huelga.
Del
día de ayer quedan otras lindezas. Un periodista, ex dirigente de la CUP, de cuyo nombre tampoco
quiero acordarme, ha comparado el día de ayer con la famosa huelga de La Canadiense –año 1919-- que duró cuarenta y cuatro días. Una ofensa a
la CNT, a sus dirigentes y a todos los
huelguistas que participaron en aquella huelga general. Un escarnio a, entre
otros, Salvador Seguí, que queda reducido a un
agitador de cortes de carretera. Una burla, en definitiva, no sólo de la
memoria histórica sino, además, de la Historia propiamente dicha.
¿Fracaso
de los convocantes? Por supuesto. Pero, por encima de todo, fracaso de la
patronal y su lock out, esto es, del anacoreta de Waterloo. Y de su Enviado en
la Tierra, ese Torra que ya dijo en su momento a los comités de defensa de la
república aquello de «apreteu, apreteu».
Addenda.-- Todo ha sido un adefesio, afirma un querido
amigo.
Radio Parapanda.-- http://vamosapollas.blogspot.com/2019/02/el-adefesio.html,
escribe Paco Rodríguez de Lecea.
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