«Fascismo,
una advertencia» es un importante libro de Madeleine
Albright, secretaria de Estado con Bill Clinton. Se trata de uno de esos
ensayos que deberían estar en la mesita de noche de todos nosotros. Estilo
potente, sobrio. Sin remilgos ni adornos: al pan pan y al vino vino. Un
periodista temperado como Lluis Foix nos lo recuerda
hoy en La Vanguardia.
Vale
la pena revisitarlo, como es mi caso, o leerlo –más bien, estudiarlo-- por primera vez. Mi primera conclusión: las
políticas de un gran número de países están siendo interferidas y, peor
todavía, condicionadas por determinadas potencias mundiales. En el caso de los
Estados Unidos, ni te cuento. Ahora bien, en esta ocasión se traen a colación
toda una serie de actividades de la Rusia de Putin que, efectivamente,
interfieren los procesos electorales sino que, sobre todo, condicionan el
conjunto de las políticas de una serie de países. En cierto sentido, nada hay
nuevo bajo el Sol. Pero en esta ocasión la cosa ha alcanzado una enorme
agresividad y, por así decirlo, se hace a cara descubierta. Lo nuevo es que
ahora no hay disimulo.
Ejemplos
hay para dar y vender: la injerencia rusa
en el proceso electoral norteamericano que dio la victoria a Trump a través de una serie
de herramientas virtuales; tres cuartos de lo mismo en España, Francia,
Holanda, las repúblicas bálticas, Chequía, Ucrania y Georgia. Item más, la
intervención rusa en el asunto del Brexit. Por su parte, Foix señala que Matteo Salvini recibió la friolera de dos millones de
euros para su campaña electoral en
Italia. Cosas de la geopolítica.
Mientras
tanto, en España –que también está siendo zarandeada por esas injerencias—
nadie levanta la liebre. Ni quiera la izquierda, que es la pieza más débil de
ese tablero de ajedrez. Por ejemplo, en el maremágnum de la campaña electoral no sólo no existe Europa, tampoco
Putin.
De
momento, sólo la mirada lúcida de Gabriel Jaraba nos
lo advierte: «Todo eso lo iremos descubriendo después del Brxit y cuando se
aclaren las relaciones Putin – Trump y Xi Jimping, es decir, según el estado de debilidad de la Unión Europea».
Y digo para mis adentros: al hombre de Waterloo se lo han explicado.
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