domingo, 10 de febrero de 2019

Negros vapores y temerosa penumbra



1.-- Este es un país que por lo general tiene una querencia a la exageración, a lo desorbitado, a la hinchazón caballuna.  No es cosa de ahora, ciertamente. Viene de muy antiguo. Por un quítame allá esas pajas nos revolvemos con estruendo. Los humores gástricos pueden sobre la materia gris. Por eso, las voces temperadas no han tenido predicamento a lo largo de nuestra historia. Buena parte de la política es la expresión más genuina de nuestros aspavientos ya sean orales o gestuales. Es la cultura de mostrador de la vieja taberna, que en estos tiempos post modernos sigue los modales tronantes de antaño. Por lo que el trasvase del consumo del carajillo patrio al de güisqui de malta mantiene la palabra gruesa, desmesurada de los tiempos viejunos. Como diría un pijo de la nueva política son «transversales» esos airados comportamientos. 

Siempre hubo bronca en la política española. Más bronca que discernimiento. De ahí se trasladaba al casino, a la taberna y a la plaza pública. Así pues, seguimos manteniendo tales tradiciones. Ahora bien, la cosa ha cambiado a peor debido al potente altavoz de las llamadas redes sociales.

2.--  En dichos artefactos, las redes sociales, se exhiben al por mayor las patologías sociales. De manera estajanovista, se diría. Siguiendo al pijo: de manera transversal.

Lo hacen el veterinario de cabecera y la peluquera de guardia. Lo exhiben el becario de cualquier Fundación y el talabartero diplomado. Hasta el arcediano de la catedral teclea paroxísticamente disfrazado de mileurista para no infundir sospechas. Desde los bitongos de Adoración Nocturna hasta sesentones de próstata en decadencia. Sin embargo, la palma se la llevan una inescrupulosa y pendenciera  cofradía de políticos con desparpajados acentos cantinflescos. Tuiter bien vale una misa. Desde el concejalucho de pedanía hasta el diputado jabalí. Con una novedad: ahora ya no se esconde nadie –o casi nadie--  porque quien no la suelta entiende que no existe. En esa novedad, además, ha parecido, dentro y fuera de las redes sociales, un lenguaje subversivo: acusar de felón al presidente del Gobierno es, tan sólo, una muestra. Me dicen tecnólogos solventes que dicha palabra, «felón», ha sido consultada masivamente en google. Y, verdad o no, comentan algunos que la confundieron con felación.

3.--  Así las cosas, los sociolingüistas tienen motivos de estar de enhorabuena: hay trabajo de campo por abrir. Más todavía, sea o no de su competencia, podrían estudiar la relación entre esta retórica  de baratillo con el mundo de las ideas. Sin embargo, algo podemos afirmar de manera no definitiva: a mayor tosquedad de esos caco lenguajes, menos seriedad conceptual. Es la decadencia de la palabra. Y, por tanto, la degradación de la política.

4.--  Sobre estas cuestiones ya fuimos advertidos por don Benito Pérez Galdós en su libro La Primera República (Episodios Nacionales, 1911). Así lo ha percibido el amigo Orentino Alonso, que me envía  un suculento fragmento de dicho libro:

«La historia de aquel año es, como he dicho, selva o manigua tan enmarañada que es difícil abrir caminos en su densa vegetación: Es en parte luminosa, en parte siniestra y obscura, entretejida de malezas con las cuales lucha difícilmente el hacha del leñador. En lo alto, bandadas de cotorras y otras aves parleras aturden con su charla retórica; abajo, alimañas saltonas o reptantes, antropoides que suben y bajan por las ramas hostigándose unos a otros, sin que ninguno logre someter a los demás; millonadas de espléndidas mariposas, millonadas de zánganos zumbantes y molestos; rayos de sol que iluminan la fronda espesa, negros vapores que la sumergen en temerosa penumbra».


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