Al diputado Joan Tardà le ha sentado fatal la convocatoria de elecciones anticipadas
y, por ello, con voz tonante ha llamado irresponsable a Pedro Sánchez. Son las cosas de
Tardà. De hecho, no es sólo su partido, ERC, el único que ha
mostrado su disgusto, también el PDeCAT, la enésima versión del árbol post convergente.
Es la versión politiquera de tirar la piedra y esconder la mano. Justamente lo
contrario del «a lo hecho, pecho».
El independentismo
ha sido clave con su negativa a aprobar los Presupuestos Generales del Estado.
Sin cuentas públicas la convocatoria de elecciones estaba cantada, como así ha
sido. ¿A qué viene ahora ese lamento de cocodrilo por parte de Tardà? Como
mínimo a esa inmadurez política del independentismo catalán que siempre hemos
referido. Justamente lo contrario del PNV, que sabe barrer oportunamente para
casa. Pero también a una congénita charlatanería, tan contraria a la austeridad
tradicional del lenguaje político catalán. Me permito una previa: el procés ha introducido una novedad
retórica. A saber, se ha contagiado del lenguaje campanudo y barroco del
nacionalismo carpetovetónico, perdiendo el tradicional estilo ´románico´ que
siempre le caracterizó.
Por cierto, este
pintoresco diputado ha olvidado una promesa que hizo en 2015: «Esta es la
última vez que vamos a Madrid. España lo único que nos plantea es la pérdida de
derechos y libertades» (1). Tardà
necesita rabillos de pasas que, según nuestras abuelas, es un remedio infalible
para los desmemoriados.
En realidad, el
planteamiento del diputado era claro: comoquiera que la independencia estaba al
cabo de la calle, ya no tenía sentido participar en las elecciones generales. Y
sobre esas arenas movedizas construyeron su iglesia. En todo caso, la militante
feligresía –crédula o no-- nunca pidió
explicaciones por hablar en vano. Más
todavía, por confundir una despedida de soltero con lo que no es.
Y, así, de retórica
en retórica hasta la disglosia final.
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