miércoles, 2 de septiembre de 2020

Trabajo y empleo (11)


 

Nota.---  Otra entrega del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´, segunda parte, a cargo de

 

Javier Tébar Hurtado

 

Una ilustración del dibujante Andrés Rábago, aparecida durante estos últimos años de crisis, muestra un lector de diario que ante sus páginas exclama: “¡Qué claridad de confusión!”. Las lecturas de este mensaje pueden ser múltiples y no necesariamente contradictorias: confusión en los medios, de los medios e incluso fuera de los propios medios de comunicación de masas. El mensaje contundente del humorista gráfico “El Roto” -que es como se le conoce desde hace años a Rábago- nos alerta sobre la sensación de sentirnos en el interior de esa especie de “confusa claridad”. En noticias, tertulias, pancartas, mítines, spots publicitarios, jaculatorias, etc. y… en el Boletín Oficial del Estado el trabajo aparece de manera invariable como problema. Esto se hace a menudo sin distinguir entre “trabajo” y “empleo”, cuestiones relacionadas pero que, como se sabe, no tienen un mismo significado. De hecho, no fue hasta principios finales del siglo XIX y principios del XX cuando apareció la noción del trabajo como “empleo” en el terreno de la reflexión y el estudio sobre las economías industriales. Esta aparición estuvo vinculada al desempleo como la realidad del no trabajo de aquellos que quieren y tienen que trabajar. Fue  considerado por uno de sus principales y primeros estudiosos, el británico William Beveridge, como «un problema de la industria», es decir, un problema de naturaleza estructural y no relacionado con aquellos derivados del carácter ni la psicología de la persona que trabaja, como hasta entonces había venido siendo visto[1].

Pero eso que llamamos con frecuencia “trabajo” -en realidad constituido en una metonimia del “trabajo asalariado”- aparece cada vez con mayor nitidez en los discursos dominantes actuales bajo la categoría “mercancía”, despojado de otras consideraciones y equiparándolo con cualquier otra. Sin embargo, tanto el trabajo -la fuerza de trabajo humano- como la tierra –es decir, la naturaleza- son definidas por Karl Polanyi como “mercancías ficticias” -también por Marx, aunque de diferente manera, en su idea del “fetichismo de la mercancía”- nacidas de ese mercado desregulado que caracterizó históricamente el ascenso del capitalismo. Por esa razón, Polanyi aducía que el trabajo, pero también la naturaleza, debían ser protegidas o respondían autoprotegiéndose. De hecho, tras la era de las catástrofes que representó el período entre las dos guerra mundiales, durante el transcurso de la segunda mitad del siglo XX aquella autoprotección tuvo lugar en buena medida. Se asumió por los gobiernos, por el mundo empresarial y sindical que la seguridad socioeconómica de las personas –identificada fundamentalmente con la población masculina- estaba garantizada por la participación en los mercados de trabajo. El vínculo de la renta salarial, la estabilidad en el empleo y otros derechos de ciudadanía asociados a las políticas públicas de protección social debían permitir a la clase trabajadora tener unas condiciones materiales mínimas e incluso unas estrategias de mejora. Se trataba de la sociedad del empleo y del Estado del Bienestar.

         Sin embargo, aquel consenso forjado tras la 2ª Guerra Mundial, conocido como “pacto social de posguerra”, se ha roto. Las rentas salariales inferiores al umbral de pobreza cada vez se extienden más. Los recortes económicos presentados con el celofán de reformas de calado del Welfare State afectan al salario indirecto -asociado al conflicto por la redistribución- que constituyen los sistemas de protección social alcanzados y desciende la cobertura pública de las personas sin empleo. El desempleo estructural aparece como si se tratara de un presente y un horizonte inmodificables. Un número cada vez mayor de personas mantiene una relación intermitente o de salida crónica con los mercados de trabajo. La crisis se ha convertido en una situación permanente y la precariedad se ha vuelto una forma de vida para muchas personas. Esto no es un reflejo exclusivamente de la crisis económica, tiene otra dimensión que es la dimensión política. Es desde este punto de vista desde el que se comprende la amenaza continuada contra la consolidación de los derechos laborales, pero también la ferocidad con la que se persiguen a los sindicatos, a la negociación colectiva o a la protección social, etc. En paralelo, se hace evidente las enormes dificultades para retener los derechos sociales o bien aspirar a una nueva generación de derechos asociados a la participación en los mercados de trabajo. En todo ello hay algo de vuelta a la “sociedad de la ocupación”[2], propia de la segunda mitad del siglo XIX, previa al nacimiento del derecho del trabajo y el trabajo como derecho.

Desde luego, el concepto trabajo puede definirse de formas muy variadas. En esta ocasión escojo un par, las formuladas por David Casassas y por Bruno Trentin. Casassas define el trabajo como “el conjunto de actividades, remuneradas o no y a menudo poco escogidas, que hacemos para satisfacer nuestras necesidades materiales y simbólicas[3]. El carácter sintético de esta definición favorece su operatividad, sin dejar de situar la propia complejidad del concepto. Los recursos para satisfacer esas “necesidades materiales y simbólicas” remiten tanto a la política pública -renta, sanidad, educación, cuidados, vivienda, etc.- como los espacios de autoorganización que puedan crearse y que pueden adquirir un papel crucial. De igual forma, aquellos recursos hacen referencia tanto a la economía productiva como a la reproductiva. En un terreno distinto, pero complementario desde mi punto de vista, se mueve la definición sugerida por Bruno Trentin -el que fuera dirigente sindical de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CGIL)- para quien el trabajo está más cerca de constituir la forma en la que el ser humano se apropia del mundo y lo transforma. De manera que siendo el trabajo un derecho constitucional, allí donde se reconoce, y siendo también un derecho humano, protegido por la legislación internacional, finalmente es una forma de libertad que se construye. Siendo así nos compete valorar de forma adecuada la potencialidad de la naturaleza del trabajo, más allá de las formas de trabajo subordinado, en términos de experimentación social. Una concepción de trabajo que, dejando atrás la pura lógica técnico-instrumental, puede conducir a un proceso continuado de autorrealización inescindible de la propia libertad humana. De ahí que el sindicalista italiano nos hablara de que la libertad es lo primero (“la libertà viene prima”)[4]. Pero cuando Trentin habla de “libertad” no nos remite al supuesto individuo libre neoliberal, aislado frente a los otros y guiado exclusivamente por el interés propio, sino que nos está hablando de una cultural de la libertad y los derechos, una libertad republicana, que sólo puede ser producto de la relación con los demás y del bienestar de la comunidad. Cada uno de estos autores nos plantea, por tanto, la necesidad de repensar el trabajo y sus significados.

         De esto nos habla también López Bulla cuando plantea de manera directa el tema de la colonización del pensamiento y la práctica de las izquierdas, de su cultura política, por parte del taylorismo y el fordismo. Tal como insiste: si el fordismo está agonizante, el taylorismo goza de buena salud. Esta cuestión fue una preocupación constante en el pensamiento y la práctica del desaparecido Bruno Trentin. El sindicalista italiano formuló propuestas para la acción en su obra La ciudad del trabajo: izquierda y crisis del fordismo[5] y de su lectura se derivan una serie de preguntas sobre las consecuencias de la asunción acrítica por parte de la izquierda de la llamada invariablemente “Organización Científica del Trabajo”, que fue y sigue siendo la “Organización Empresarial del Trabajo”. Con perspectiva histórica, Trentin sostuvo que corriendo el tiempo la adopción de aquella lógica ha sido fuente de la propia crisis o bien de las propias crisis de la izquierda, de su incapacidad a la hora de pensar y proponer un camino diferente al ultraliberalismo imperante en nuestros días.

 



[1]      Fernando Díez Rodríguez, Homo Faber. Historia intelectual del trabajo, 1675-1945. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2014, pp. 624-628.

[2]           Fernando Díez Rodríguez, Homo Faber. Historia intelectual del trabajo, 1675-1945. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2014, pp. 615-624.

[3]           David Casassas, “La centralidad de los trabajos en la revolución democrática: ¿qué aporta la perspectiva de derechos?”, en D. Casassas (Coord.), Revertir el guión. Trabajos, derechos y libertad. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2016.

[4]           Bruno Trentin, La libertà viene prima. La libertà come posta in gioco nel conflitto sociale. Editori Riuniti, Roma 2004.

[5]           Bruno Trentin, La città del lavoro. Sinistra e crisi del fordismo. Giangiacomo Feltrinelli Editore, Milano, 1997. Hace pocos años el mismo José Luis López Bulla tradujo, ver Bruno Trentin, La ciudad del trabajo: izquierda y crisis del fordismo. Bomarzo, Albacete, 2013.

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