Hipótesis: alguien pensó que se necesitaba un golpe de
efecto lo suficientemente potente para tapar la desafortunada estética de la
Cumbre de las Banderas. Y, de repente, aparece la cuestión del indulto para los
políticos presos independentistas. Fin de la hipótesis. Abajo el
telón.
La ciudadanía, según parece, pone los ojos como
acentos circunflejos, los independentistas dicen que sólo les vale la amnistía
y las derechas de secano y orinal ponen el grito en el cielo. Sorprendido
también un analista de El País tira de guión académico y se
pregunta que «por qué y para qué». Este blog no va a mirar para otra
parte y tomará partido.
Con la misma claridad y contundencia que nos hemos
confrontado y con idéntica frialdad con que hemos recibido los eructos de los
independentistas, mostramos nuestro acuerdo en que, tras la tramitación
burocrática de los respectivos expedientes, se conceda el indulto. Es necesario
–nos parece— para que la olla baje grados en su permanente presión. Se necesita
para ofrecer al independentismo una salida airosa a su situación de derrotados
y divididos. Es conveniente, además, para que el gobierno –tras una holgada
aprobación de las cuentas públicas— gestione los fondos europeos contra los
efectos de la pandemia y, así las cosas, mantenga el curso, ya iniciado, de
nuevos derechos de ciudadanía social. «París bien vale una misa», dicen que
clamó el cuarto Enrique.
Lo contrario ya ha sido ensayado: fracasó la División Aranzadi y el don tancredismo de Rajoy. El gobierno de Pedro Sánchez,
tras los lógicos meandros, parece afrontar la situación con realismo. La
derecha, por su parte, mantendrá su campamento allá arriba, en el monte. Será
fiel a las enseñanzas de aquel militarote que tenía miedo de la emasculación de
´lo español´. De él se rió el delantero centro Pahiño, héroe de los niños chicos de la Vega de Granada.
Fue Pahíño un afamado delantero centro del
Real Madrid y cuando posteriormente fichó por el Granada CF nosotros decíamos
que era mejor que Zarra y Kubala. Pues bien, en los minutos previos a
su debut con la selección nacional en Suiza (1948), el jefe de la expedición,
el general Gómez Zamalloa, irrumpió en el vestuario para
lanzar una arenga y dejar una sentencia que definió durante décadas al deporte
español: “¡Y ahora, señores, cojones y españolía!”. Reirse del mílite –y leer
a Dostoievski— le costó a Pahiño no
ser convocado nunca más por (la que todavía no se llamaba) “la roja”.
Sólo cuando se abandonó la dudosa fuerza del escroto y se arrinconaron los
suspiros de España, fuimos algo en el furbo.
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