Nota.--- Penúltima entrega del libro ´No tengáis miedo
de lo nuevo´. Segunda parte
Javier
Tébar Hurtado
Perry Anderson,
tras la caída del bloque soviético y en el cambio de siglo, afirmaba polémicamente
que desde su punto de vista “el único
punto de partida para una izquierda realista es un registro lúcido de la
derrota histórica” que había padecido[1].
Un derrota que remite al balance sobre las experiencias que atravesaron buena
parte del siglo XX. Las interpretaciones que se hicieron de aquella afirmación
fueron contrarias y enconadas respeto a supuestas renuncias y posiciones
estéticas. Sin embargo, esa derrota, insisto a escala planetaria, tendría más
bien que ver con la constitución de un sentido común, de una visión extendida y
arraigada, defendida por aquellos que, como François Furet en su obra “El
pasado de una ilusión”, aseguraban que “la idea de una sociedad diferente se volvió casi imposible de pensar (…)
estando condenados a vivir en el mundo que vivimos”[2].
Anderson, como otros intelectuales de la izquierda, preocupados por comprender
las transformaciones que se estaban produciendo comparte este diagnóstico,
aunque no la autosatisfacción de Furet,
en el sentido de que el capitalismo aparece como única alternativa y su síntoma
es el triunfo de la ideología “neoliberal”. Esto tiene que ver, como bien
subraya el también historiador Enzo Traverso, con una constatación: el siglo
XXI se abre bajo el signo de un eclipse de las utopías, que lo separa
radicalmente de los dos siglos anteriores[3].
Desde mi punto de vista, en esta cuestión converge el peso del pasado junto una
nueva noción de un presente dilatado, en permanente expansión, esa “dictadura
del presente” –en la que tanto insistió el escritor Manuel
Vázquez Montalbán-
con la que se achican los espacios del futuro como horizonte.
En
efecto, es poco discutible que el neoliberalismo representa ese presente y
tiene voluntad de presentarse como futuro. Es la ideología más exitosa desde
bien entrada la segunda mitad del siglo XX y los años que van del siglo XXI. Ha
logrado transformar el orden económico mundial y también las instituciones
políticas. El momento neoliberal que estamos viviendo nos remite a su
propia a historia, de más de medio siglo, aunque hegemónica a partir de los
años ochenta cuando llegó a su fin el predominio hasta entonces de una
concepción keynesiana e intervencionista de la economía, en la que el Estado
limaba las asperezas del mercado. Sin embargo, nos encontramos hoy con la
hegemonía de la democracia de mercado des-regulado como dirección única. Sin
alternativas. Todo ello en el discurso
neoliberal que se acoge a una genealogía del “liberalismo” para hacer
exactamente lo contrario[4]. Es
decir, para provocar mayor desigualdad social, interferir cada vez más en el
ámbito personal y, finalmente, utilizar el Estado, supuestamente mínimo, para
abrir los mercados de los bienes y servicios públicos a su privatización.
Pero el neoliberalismo además de
economía, tal como señala el sociólogo mexicano Fernando
Escalante, se presenta como un amplio programa
intelectual que reúne un conjunto de ideas filosóficas o creencias -no
demasiado novedosas, por otra parte- con las que defiende unos valores que
tienen en forma particularmente acabada en un sentido individual de la libertad
que ha arraigado socialmente, y que dista de una concepción de la libertad en
términos relacionales, comunitarios. Lo que prima absolutamente son los valores
individualistas, defendidos con ferocidad en todas las dimensiones de la vida
social. Este programa intelectual además configura también una opción social y
política. Sobre estos mimbres el neoliberalismo construye su acción y
estrategia política con el objetivo de promover unas reformas legales e
institucionales que se han ido imponiendo en el mundo. Estas “reformas” están
asociadas a su expresión como una forma de gobierno económico, adoptada no sólo
por los estados nacionales, sino también por los organismos (FMI, Banco
Mundial, OCDE) que dirigen la globalización. Todo ello ha cristalizado durante
el cambio de siglo en un movimiento global, cuyos impulsos han conducido a una
transformación también del horizonte cultural durante las dos últimas décadas[5].
El progresivo
arraigo del capitalismo de la globalización ha supuesto una victoria política
global, sellada con la caída del muro de Berlín 1989 y la implosión de la URSS
en 1991. Una victoria del capitalismo que en términos políticos y culturales se
ha traducido en la hegemonía del neoliberalismo. Esta hegemonía cultural del
neoliberalismo es tan potente que ha debilitado de manera duradera a la propia
izquierda; salvo, tal vez y hasta ahora, entre los proyectos que durante la
primera década del siglo XX han encarnado, según el periodista Ignacio Ramonet, una “década recuperada” en América Latina[6] y que hoy parece
que han entrado en un período de reflujo.
No cabe insistir en las dimensiones de
este cambio de escenario. Imponer la idea de que estamos condenados a vivir en
el mundo que vivimos ha sido y es un triunfo del neoliberalismo. Desde
las izquierdas sociales y políticas se tienen dificultades para pensar
soluciones y ofrecer un programa alternativo a esta distopía neoliberal:
encontrar el lenguaje, los símbolos y un horizonte hacia donde apuntar. Sin
embargo, el mismo Fernando Escalante ofrece algunas pistas sobre este asunto
que, desde su punto de vista, debe pasar por abandonar el molde construido e
impuesto como “sentido común” por el neoliberalismo respecto del funcionamiento
de la economía, la sociedad y la política. Para ello es necesario construir una
alternativa desde la sociedad. Su basamento debería ser la defensa y recuperación de la dimensión
pública de la vida social como contravalor frente al proceso de privatización
que constituye el esqueleto del programa neoliberal. Sin olvidar que lo público
no es estatal ni burocrático, lo mismo que lo privado no significa eficiencia y
honestidad. Se trata, en definitiva, de arraigar la economía como parte de la sociedad.
Es imprescindible para ello hacer uso de la imaginación[7].
De la misma manera que a partir del último tercio de siglo XIX se comenzaron a
imaginar el salario mínimo, la jornada laboral de 8 horas, el voto femenino,
las formas de seguridad social, el “pan y rosas” lanzado como slogan por las
obreras textiles de Lawrence (Massachusetts) en 1912 y tantas otras cosas que
respondieron a la búsqueda y la experimentación para encontrar las soluciones.
Unas soluciones que pasan hoy necesariamente por la búsqueda de un modelo
social de desarrollo sostenible.
[1] Perry Anderson, “Renewals”, New
Left Review núm. 1 (nueva serie) enero-febrero 2000, p. 12
[https://newleftreview.org/II/1/perry-anderson-renewals]
[2] François Furet, El
pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX. Fondo
de Cultura, México, 1995.
[3]
Enzo Traverso, La
historia como campo de batalla.
Interpretar las violencias del siglo XX. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2012, pp. 290-291.
[4] David Casassas, La ciudad en llamas. La vigencia del republicanismo
comercial de Adam Smith. Montesinos, Barcelona, pp. 349-356.
[5] Fernando Escalante Gonzalbo, Historia mínima del neoliberalismo. Una
historia económica, cultural e intelectual de nuestro mundo, de 1975 a hoy.
Turner, Madrid, 2016, pp. 18-19.
[6] José
Babiano & Javier Tébar, “Trade Unions in the Era of
Globalisation”, Workers of the World: International Journal on Strikes and
Social Conflict, núm. 8, 2017 (próxima publicación).
[7]
Fernando Escalante Gonzalbo, Historia
mínima del neoliberalismo. Una historia económica, cultural e intelectual de
nuestro mundo, de 1975 a hoy. Turner, Madrid, 2016, p. 314.
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