viernes, 4 de septiembre de 2020

¿Condenados a vivir en el mundo en que vivimos? (12)


 

Nota.---  Penúltima entrega del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´. Segunda parte

 

Javier Tébar Hurtado

 

Perry Anderson, tras la caída del bloque soviético y en el cambio de siglo, afirmaba polémicamente que desde su punto de vista “el único punto de partida para una izquierda realista es un registro lúcido de la derrota histórica” que había padecido[1]. Un derrota que remite al balance sobre las experiencias que atravesaron buena parte del siglo XX. Las interpretaciones que se hicieron de aquella afirmación fueron contrarias y enconadas respeto a supuestas renuncias y posiciones estéticas. Sin embargo, esa derrota, insisto a escala planetaria, tendría más bien que ver con la constitución de un sentido común, de una visión extendida y arraigada, defendida por aquellos que, como François Furet en su obra “El pasado de una ilusión”, aseguraban que “la idea de una sociedad diferente se volvió casi imposible de pensar (…) estando condenados a vivir en el mundo que vivimos[2]. Anderson, como otros intelectuales de la izquierda, preocupados por comprender las transformaciones que se estaban produciendo comparte este diagnóstico, aunque no la autosatisfacción de Furet, en el sentido de que el capitalismo aparece como única alternativa y su síntoma es el triunfo de la ideología “neoliberal”. Esto tiene que ver, como bien subraya el también historiador Enzo Traverso, con una constatación: el siglo XXI se abre bajo el signo de un eclipse de las utopías, que lo separa radicalmente de los dos siglos anteriores[3]. Desde mi punto de vista, en esta cuestión converge el peso del pasado junto una nueva noción de un presente dilatado, en permanente expansión, esa “dictadura del presente” –en la que tanto insistió el escritor Manuel Vázquez Montalbán- con la que se achican los espacios del futuro como horizonte.

         En efecto, es poco discutible que el neoliberalismo representa ese presente y tiene voluntad de presentarse como futuro. Es la ideología más exitosa desde bien entrada la segunda mitad del siglo XX y los años que van del siglo XXI. Ha logrado transformar el orden económico mundial y también las instituciones políticas. El momento neoliberal que estamos viviendo nos remite a su propia a historia, de más de medio siglo, aunque hegemónica a partir de los años ochenta cuando llegó a su fin el predominio hasta entonces de una concepción keynesiana e intervencionista de la economía, en la que el Estado limaba las asperezas del mercado. Sin embargo, nos encontramos hoy con la hegemonía de la democracia de mercado des-regulado como dirección única. Sin alternativas. Todo ello en el discurso neoliberal que se acoge a una genealogía del “liberalismo” para hacer exactamente lo contrario[4]. Es decir, para provocar mayor desigualdad social, interferir cada vez más en el ámbito personal y, finalmente, utilizar el Estado, supuestamente mínimo, para abrir los mercados de los bienes y servicios públicos a su privatización.

Pero el neoliberalismo además de economía, tal como señala el sociólogo mexicano Fernando Escalante, se presenta como un amplio programa intelectual que reúne un conjunto de ideas filosóficas o creencias -no demasiado novedosas, por otra parte- con las que defiende unos valores que tienen en forma particularmente acabada en un sentido individual de la libertad que ha arraigado socialmente, y que dista de una concepción de la libertad en términos relacionales, comunitarios. Lo que prima absolutamente son los valores individualistas, defendidos con ferocidad en todas las dimensiones de la vida social. Este programa intelectual además configura también una opción social y política. Sobre estos mimbres el neoliberalismo construye su acción y estrategia política con el objetivo de promover unas reformas legales e institucionales que se han ido imponiendo en el mundo. Estas “reformas” están asociadas a su expresión como una forma de gobierno económico, adoptada no sólo por los estados nacionales, sino también por los organismos (FMI, Banco Mundial, OCDE) que dirigen la globalización. Todo ello ha cristalizado durante el cambio de siglo en un movimiento global, cuyos impulsos han conducido a una transformación también del horizonte cultural durante las dos últimas décadas[5].

El progresivo arraigo del capitalismo de la globalización ha supuesto una victoria política global, sellada con la caída del muro de Berlín 1989 y la implosión de la URSS en 1991. Una victoria del capitalismo que en términos políticos y culturales se ha traducido en la hegemonía del neoliberalismo. Esta hegemonía cultural del neoliberalismo es tan potente que ha debilitado de manera duradera a la propia izquierda; salvo, tal vez y hasta ahora, entre los proyectos que durante la primera década del siglo XX han encarnado, según el periodista Ignacio Ramonet, una “década recuperada” en América Latina[6]  y que hoy parece que han entrado en un período de reflujo.

No cabe insistir en las dimensiones de este cambio de escenario. Imponer la idea de que estamos condenados a vivir en el mundo que vivimos ha sido y es un triunfo del neoliberalismo. Desde las izquierdas sociales y políticas se tienen dificultades para pensar soluciones y ofrecer un programa alternativo a esta distopía neoliberal: encontrar el lenguaje, los símbolos y un horizonte hacia donde apuntar. Sin embargo, el mismo Fernando Escalante ofrece algunas pistas sobre este asunto que, desde su punto de vista, debe pasar por abandonar el molde construido e impuesto como “sentido común” por el neoliberalismo respecto del funcionamiento de la economía, la sociedad y la política. Para ello es necesario construir una alternativa desde la sociedad. Su basamento debería ser la defensa y recuperación de la dimensión pública de la vida social como contravalor frente al proceso de privatización que constituye el esqueleto del programa neoliberal. Sin olvidar que lo público no es estatal ni burocrático, lo mismo que lo privado no significa eficiencia y honestidad. Se trata, en definitiva, de arraigar la economía como parte de la sociedad. Es imprescindible para ello hacer uso de la imaginación[7]. De la misma manera que a partir del último tercio de siglo XIX se comenzaron a imaginar el salario mínimo, la jornada laboral de 8 horas, el voto femenino, las formas de seguridad social, el “pan y rosas” lanzado como slogan por las obreras textiles de Lawrence (Massachusetts) en 1912 y tantas otras cosas que respondieron a la búsqueda y la experimentación para encontrar las soluciones. Unas soluciones que pasan hoy necesariamente por la búsqueda de un modelo social de desarrollo sostenible.



[1]           Perry Anderson, “Renewals”, New Left Review núm. 1 (nueva serie) enero-febrero 2000, p. 12 [https://newleftreview.org/II/1/perry-anderson-renewals]

[2]           François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX. Fondo de Cultura, México, 1995.

[3]           Enzo Traverso, La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2012, pp. 290-291.

[4]               David Casassas, La ciudad en llamas. La vigencia del republicanismo comercial de Adam Smith. Montesinos, Barcelona, pp. 349-356.

[5]           Fernando Escalante Gonzalbo, Historia mínima del neoliberalismo. Una historia económica, cultural e intelectual de nuestro mundo, de 1975 a hoy. Turner, Madrid, 2016, pp. 18-19.

[6]           José Babiano & Javier Tébar, “Trade Unions in the Era of Globalisation”, Workers of the World: International Journal on Strikes and Social Conflict, núm. 8, 2017 (próxima publicación).

[7]           Fernando Escalante Gonzalbo, Historia mínima del neoliberalismo. Una historia económica, cultural e intelectual de nuestro mundo, de 1975 a hoy. Turner, Madrid, 2016, p. 314.


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