Nota
introductoria.— Entramos en la segunda parte del libro ´No tengáis miedo de lo
nuevo´.
Javier
Tébar Hurtado
Director del Arxiu Històric de CCOO de
Catalunya
“Esta especie de ferocidad del presente es una de las
obsesiones que aparece en muchos de mis libros. Si apuestas por la memoria te
quedas obsoleto y si apuestas por la utopía eres un demente o un individuo
peligroso porque estás apostando por un futuro perfecto cuando todos los
futuros son imperfectos. Sólo eres una persona normal si te quedas en el
presente. Para mí el gran triunfo ideológico de la derecha no ha sido el
venderte un cuerpo doctrinal, ha sido el extirparte la capacidad de recordar,
de reinventar y de repensar” (Manuel
Vázquez Montalbán entrevistada por Rosa Mora, “Si apuestas por la utopía eres
un demente”, El País Babelia, 19-11-1994).
Volver
al trabajo, volver al sindicato es situar a ambos en el centro de las
preocupaciones de la sociedad. La expresión podría resultar provocativa en los
códigos del mundo laboral para aquellos que entienden una vuelta al trabajo
como el fin del conflicto huelguístico, sin caer en la cuenta que el conflicto
no desaparece. En el contexto de la huelga de La Canadiense en Barcelona, que
duraba casi un mes, el
dirigente sindical Salvador Seguí, recién excarcelado por las autoridades, tomó
la palabra el 19 de marzo de 1919 y se dirigió a más de 20 mil asistentes reunidos en la
plaza de toros de Las Arenas para explicarles que: "Pese a los sentimentalismos, pese a las generosidades, pese a las
impetuosidades que aquí se manifiestan, mañana hay que volver al trabajo, como
un solo hombre, porque esta huelga ya dura mucho y las huelgas que duran más de
ocho días, fracasan". El conflicto no desapareció y en aquel acto
probablemente se forjó el mito del Noi del Sucre entre la clase trabajadora.
“Volvamos al trabajo” es lo que propone el historiador Fernando Díez en la presentación de su
necesario y brillante estudio Homo Faber. Historia intelectual del trabajo,
1675-1945. La propuesta ni es inocente ni está lastrada por la ingenuidad,
ni mucho menos por una mirada nostálgica sobre el ayer. Nos habla de las
diferentes formas de pensar e imaginar el trabajo a lo largo de cerca de tres
siglos. Analiza los proyectos de pensadores sobre el significado y papel del
trabajo en las sociedades que les tocó vivir, situándolos y relacionándolos con
los sucesivos contextos históricos. En habitual encontrar en todos estos
autores, tal como subraya Fernando Díez, “la idea de que una buena sociedad,
una sociedad con la imprescindible decencia (la expresión es de George Orwell),
necesita, además de otras cosas, del trabajo; no de cualquier trabajo, pero sí
del trabajo”. Esta es una historia intelectual y social que nos enseña
sobre la densidad histórica del concepto y nos alerta al mismo tiempo sobre la
necesidad de pensar desde el presente nuestra relación con eso que llamamos
“trabajo”[1].
Por eso mismo, la apuesta de Volver al trabajo, volver al sindicato no pasa por una mera operación de
retorno al pasado con el fin de retroceder, al menos en apariencia, a un orden
anterior y habitualmente idealizado. Nada más lejos de aquello que se nos
propone en “No tengáis miedo de lo nuevo”. Su respuesta, por el contrario, es
pensar y proyectar en clave de futuro una sociedad “con la imprescindible
decencia” y capaz de ofrecer un trabajo humanizado. No se trata de volver a
empezar sino, como tantas otras veces en el pasado, de comenzar de nuevo, tal
y como hace ya casi un siglo Salvador Seguí supo transmitir en aquella
multitudinaria asamblea. De modo paradójico, además, esa vuelta al trabajo y al
sindicato es condición necesaria para orientar las transformaciones que tanto
uno como otro están viviendo.
Me parece que José
Luis López Bulla también nos habla de esto. Los
interrogantes, las hipótesis y propuestas que formula seguro que provocan coincidencias y
manifiestas discrepancias. Que el autor haya elegido la forma del ensayo para
su escritura tiene las virtudes propias de este género, con el que no
se pretende dar respuesta cerrada a todas las cuestiones y temas que se ponen a
discusión. De este modo se aleja por completo de la filosofía escolástica en la que todo
está discutido de antemano. Si se apunta en una
dirección determinada es para tratar de conducirnos a un espacio adecuado donde
iniciar un debate abierto. En definitiva, es una reflexión sobre qué es el
sindicato y cuál es hoy su papel. Todo ello en tiempos poco soleados para el
sindicalismo. A nadie que conozca al autor puede sorprenderle que las
conjeturas formuladas y las conclusiones a las que se llega sean hechas de
manera crítica y extrovertida. El contenido es, en todo caso, una reflexión que
viene acompañada de proposiciones concretas.
No
está de más advertir que desde hace años López Bulla no ocupa cargos de
responsabilidad ni en el sindicato ni en la política. Nos habla desde su
posición de peatón de la historia, de afiliado de base, de persona inquieta y
no indiferente al actual escenario político. En su blog “Metiendo bulla” (http://lopezbulla.blogspot.com.es/) nos proporciona, casi a diario,
comentarios, reflexiones y debates que así lo confirman. Aun debo añadir que la
lectura de su ensayo me lleva a sostener que ha sido y sigue siendo un
sindicalista. Desde mi punto de vista -y no sé si él estará de acuerdo conmigo-
su concepción “de” y “sobre” la sociedad o dicho de otra forma su idea de estar
“en” sociedad” (la política, las formas de gobernar, el papel de la economía,
la importancia del conocimiento y la cultura, etc.) está atravesada por su
propia visión de la función social del sindicato.
Por
último, me parece que proponerme participar en este libro, junto con Antonio Baylos, habla de la propia valoración que su
autor tiene del estudio del pasado para la comprensión de la sociedad. La
historia mantiene una función social que tiene mayor importancia, si cabe, en
estos tiempos de crisis y de transformaciones, de rupturas y continuidades. Por
esta razón, este epílogo sólo adquiere sentido como una reflexión sobre el
presente en clave histórica. Una perspectiva en la que tanto ha venido
insistiendo el historiador Jaume Suau para explicar el mundo actual, y que se
contrapone a esa otra mirada utilitarista, cada vez más extendida, que amolda
el pasado a sus cuitas en el presente como manera de justificar su actuaciones
y decisiones en él.
Profecías funerarias y spams
Trabajo
y sindicato en un mundo global son las palabras clave que subtitulan este
libro. El trabajo en sus diferentes facetas como actividad humana porque, más
allá de los debates sobre sus mutaciones, la categoría conserva centralidad
para la vida de las personas. El sindicato porque su evolución en los últimos
casi cuarenta años describe una parábola que parece adoptar en la actualidad su
curso descendente, después de alcanzar su etapa dorada a partir de la mitad del
pasado siglo XX. ¿Para qué negarlo? La posibilidad de pensar y proyectar un
trabajo humanizado en un mundo global es un planteamiento que se sitúa a
contracorriente. Porque la propuesta no pasa
sólo por visibilizar el binomio trabajo y sindicato en los nuevos escenarios
sociales y ecológicos donde se inserta. El reto implica la necesidad imperiosa
de imaginar y proponer de manera concreta formas de estar y actuar del
sindicato en un mundo del trabajo en profunda transformación. Todavía más
cuando ambas cuestiones tratan de ser interesadamente situadas, cuando no
enterradas, en el pasado.
A lo
largo de las últimas décadas se han ido sucediendo múltiples y variados
rituales de defunción dedicados tanto a uno como a otro. En el caso del trabajo
las profecías sobre su final arrancan en la década los años noventa del pasado
siglo XX. Es el momento en el que se inició el impacto de una nueva revolución
asociada a las tecnologías de la información y la comunicación. Los efectos de esta “Tercera Revolución Industrial”
se presentaban con una doble faceta: de potencial liberación del trabajo
humano, por un lado, y, por otro lado, de su elemento de alteración definitiva
en las formas de organizarlo. Buena parte de las izquierdas quedaron atrapadas
por aquel discurso en forma de “final” o bien de “extinción” del trabajo. Sin
embargo, también es conveniente alertar que el concepto de “trabajo” del que se
hablaba era entendido exclusivamente como trabajo subordinado o asalariado, y
que para nada tenía en cuenta otros tipos de trabajos relacionados con la actividad
productiva y reproductiva. En cuanto al escaso recorrido futuro pronosticado
para el sindicato los rituales mortuorios han sido también persistentes en el
tiempo. Algunos incluso han llegado a ser excéntricos y sobreactuados. En
ocasiones han emulado al popular “entierro de la sardina”, propio de la
tradición hispana carnavalesca. Pero tras los miércoles de ceniza, con su
correspondiente quema -celebrada por algunas fuerzas políticas y los poderes
económicos y con notable resonancia en los medios de comunicación- y después de tan
simbólico entierro no se ha cumplido el paraíso soñado por algunos de un mundo
sin sindicato.
Que
algunas profecías funerarias se hayan convertido en plegarias incumplidas, no
niegan ni las incertidumbres abiertas ni la necesidad de despejar las
incógnitas de un futuro para el trabajo y el sindicato. Aunque entre las
numerosas propuestas que se plantean, cabría discernir entre aquellas que
ofrecen argumentos de fondo para la discusión y aquellas otras que, con tono
publicitario, son enviadas masivamente por los spammer protegidos por el
anonimato. Estas últimas debemos eliminarlas casi a diario.
Al
establecer una comparación con el pasado, se constata que los cambios
producidos hace más de cien años hicieron que algunos de los observadores de las transformaciones
asociadas al fordismo de comienzos de siglo XX estuvieran seguros de que
aquellos suponían la muerte del movimiento obrero. Además de quebrar las
habilidades de los obreros más sindicalizados, aquellos cambios permitieron a
los patronos recurrir a nuevas formas de trabajo, propiciando una clase obrera
que se juzgaba de manera irremisible dividida por la etnicidad y otras
diferencias, y atomizada por “un espantoso conjunto de tecnologías
fragmentadoras y alienantes”. Sin embargo, en los resultados de aquel
proceso no dejó de haber cierta ironía si tenemos en cuenta que lo que se
produjo fue el éxito de la sindicalización en masa y, tiempo después,
llegó a considerarse que el fordismo reforzaba intrínsecamente a los
trabajadores, más que debilitarlos. Como ha planteado la historiadora
norteamericana Beverly J. Silver cabe
preguntarnos: ¿Podría suceder que estuviéramos en vísperas de otro cambio de
perspectiva ex post facto? [1]
[1] Beverly J. Silver, Fuerzas del
trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870. Akal,
Madrid, 2005, p. 20.
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