Con más frecuencia de la debida (y deseada) se están produciendo desencuentros en el seno del gobierno de coalición. Como es natural esas situaciones son la comidilla de los medios que, a través de un potente altavoz y la enésima repetición de las imágenes, acaban magnificando el problema que motiva la controversia. Cierto, no hay que sacar las cosas de madre ni tampoco es prudente darle mayor dimensión que la que tienen. Sin embargo, la repetición de estas divergencias va creando un clima inadecuado en estos momentos de diversas crisis superpuestas en nuestro espacio—tiempo. Es más, aunque ciertamente se están capeando dichos desencuentros, es preciso decir que –en situaciones como estas-- alguien va perdiendo auctoritas.
Decía Platón –dispensen ahora mismo no recuerdo dónde, tal vez en La República-- que el objeto de la medicina no son los médicos, sino la salud pública. Sea. De dicho apotegma podemos sacar esta conclusión definitiva: el objeto de la política no son los políticos sino la ciudadanía. Por lo que quiero creer que las realizaciones, que hasta ahora ha puesto en marcha el gobierno progresista, son la expresión de que su objeto es la gente. Y, con más precisión, los menos favorecidos.
Yendo
por lo derecho: si, por fas o por nefas, se quebrara la coalición, tengo para
mí que el incipiente ciclo de derechos sociales en curso se paralizaría. Una composición
diferente de la coalición significaría el frenazo en el rumbo que se está
abriendo camino. Naturalmente unos le echarían la culpa a los otros y éstos a aquellos.
Pero, finalmente, la cosa quedaría descuajeringada. De manera que sólo les pido
dos cosas a quienes tienen vara alta. Una, que recapaciten acerca de la
utilidad del gobierno de coalición; otra, que se embeban con la sabia sentencia
del padre del actor Pepe Sacristán: «Lo primero
es antes». O sea, lo primero –o sea, antes—
es hablar, ponerse de acuerdo. El señor Venancio era un sabio. Dichosa la rama que al tronco sale.
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