Hay partidos políticos que se empeñan en estrellarse. A algunos de ellos, la verdad sea dicha, no les ayudaremos a impedírselo. Uno de ellos es Esquerra Republicana de Catalunya, una organización de biografía extraña. Ahora se esfuerza por sofisticar, todavía más, el embrollo en el que se ha metido a cosica hecha.
Este es el embrollo: ha vuelto a seguir acríticamente los pasos de su competidor –hasta hace poco los post post post convergentes, ahora ese variopinto comistrajo de Waterloo— intentando sobrepasarlo en estridencia y en propuestas disparatadas; ha abandonado, además, su táctica de negociar con listón alto por la de cerrar puertas y ventanas. Extraña excursión la de estos boys scouts: seguidismo en Cataluña a Puigdemont, precisamente cuando la cara de este caballero aparece en casi todas las librerías, y ruptura de Pedro Sánchez en Madrid. Más nerviosos, además, tras la puesta en marcha del partido—ómnibus, Junts, que ha calafateado Puigdemont.
En pocas palabras, el independentismo esencialmente curialesco de Waterloo está a punto de merendarse al independentismo mayormente goliardesco de ERC. Puerta de Elvira en Granada, en Sevilla doña Elvira.
Embrollo: corresponsabilidad con Torra de una gestión calamitosa, especialmente en el terreno sanitario; inutilidad de su presencia en Madrid, no consiguiendo ni una brizna de algo.
¿Para qué sirve, pues, este partido? Para emborronar más la situación catalana y, simultáneamente, como comparsa --involuntaria o no-- de Casado y sus hologramas. Ahora tienen más dificultades para impedir que Waterloo les sobrepase. Cuando hay nervios no se piensa con detenimiento.
El electorado catalán –según indican las encuestas, cocinadas con una u otra intención-- está penalizando a los de Junqueras. Y posiblemente lo haga porque si ERC vira a estribor tendría más sentido votar a quien se ha mantenido en la fidelidad al barullo. Porque, dentro de esa lógica de ambigú, lo importante es –según ellos-- mantener el camino hacia la independencia, aunque el Estado español tenga los siglos contados.
Mortadelo y Filemón tienen
más enjundia y sus chapuzas nunca tuvieron otra pretensión que la de hacernos
reir.
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