Los trabajadores de Nissan están en pleamar y sus organizaciones sindicales están a la altura. Apunten ustedes en su agenda y marquen en el almanaque la fecha de ayer. El quinto día de las cabañuelas de 2020 se incorpora a la biografía del movimiento sindical en el capítulo de éxitos. Los trabajadores –expresado camachianamente-- «de mono azul y bata blanca» se han salido, de momento, con la suya frente a un monstruo multinacional. El tronco de lo acordado es: el compromiso de la defensa del empleo, la reindustrialización y las indemnizaciones. Los pormenores los tienen en las webs de los sindicatos. Me dispongo, por lo tanto, a celebrar por todo lo alto esta victoria sin importarme una oblea que algún chuchurrío me llame exagerado. La Docta exige que se diga «chuchurrido», que a mí me parece descacharrantemente cursi.
Ha sido una movilización sostenida en estos momentos de la durísima pandemia del covid19. Hablar de «lucha heroica» no está fuera de lugar. Más todavía, estamos hablando de una acción colectiva que se ha traducido en una victoria. En una victoria –dígase con fuerza-- contra todo pronóstico. La respuesta a la reiterada pregunta de la utilidad del sindicato y, más aún, a la de «dónde está el sindicato» está contestada inequívocamente.
Durante la larga movilización se ha puesto de manifiesto una paradoja que no es nueva en absoluto: quienes más se llenan la boca de la defensa de España son los que no han movido un dedo en defensa de los intereses ´españoles´ de los trabajadores de Nissan. Son las derechas de secano y orinal que piensan que el mono azul y la grasa son cosas de pobres. En plena concordancia con los sectores cuarialesco y goliardesco del independentismo catalán. Ni un apoyo a esa larga lucha. Sólo críticas al hecho de que sus trabajadores corearan las consignas en castellano.
Post
scriptum.--- Me van a permitir ustedes una
chanza: el rey emérito ha hecho las maletas, rumbo a una encomienda, para
acaparar las noticias y, así, tapar el éxito de los trabajadores de Nissan. Lo
que indicaría que la presunción de imparcialidad no se aguanta en este caso.
Fin de la broma.
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