miércoles, 19 de agosto de 2020

Avanzando propuestas: el «pacto social por la innovación tecnológica» (4)

 

Nota editorial.--  Sigue la publicación del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´.   


José Luis López Bulla  

 

Tercer tranco

 

Comoquiera que sostenemos que el sindicalismo confederal está desubicado del nuevo paradigma, que por pura comodidad llamaremos posfordista, es de cajón exigirle que diseñe una primera aproximación a un proyecto capaz de incluirlo en esta gran transformación. Ya hemos referido que, aunque deshilvanado e incompleto, en ciertos materiales congresuales hay determinadas pistas, ciertos indicios, por donde se debe empezar esa construcción. Advirtamos, de entrada, que un proyecto no es un zurcido de retales dispersos: es, digámoslo así, un «texto» que debe verificarse diariamente y en el que todas sus variables deben ser compatibles entre sí; un texto, además y sobre todo, donde quede clara la tarea principal del sindicato. Se trata de entrar en una fase de largo recorrido que llamo el «pacto social por la innovación tecnológica». Me interesa decir que este planteamiento no solo es válido también para el sindicalismo europeo, sino que debe ser su elemento central. Desde luego, entiendo que para el sindicalismo español es el camino para reconstruir las consecuencias de la crisis económica, trascender la reforma laboral y sus efectos y, finalmente, resituar al sindicalismo en esta fase de innovación-reestructuración. 

Antonio Gramsci dejó dicho que «el movimiento histórico nunca vuelve atrás y no existen restauraciones in toto» [El cesarismo en Política y sociedad. Ediciones Península, 1977]. De esta idea gramsciana deducimos que, tras la salida de la crisis, sea cual sea la forma que adopte dicha salida, no se volverá a la situación anterior a la reforma laboral, porque esta no se concibió ni se puso en marcha en función de la crisis económica. El sindicalismo, pues, tendrá que reconstruir, no restaurar. Una reconstrucción que será gradual y, posiblemente, de una gran complejidad. 

Aclaro: este pacto social por la innovación tecnológica no se refiere a un momento puntual, esto es, a una negociación convencional análoga a lo que hemos conocido como políticas de concertación. Es, sobre todo, un itinerario que pone en el centro de sus preocupaciones y reivindicaciones el hecho tecnológico y los derechos de ciudadanía dentro y fuera del ecocentro de trabajo. Ese largo recorrido no se circunscribe, solo ni principalmente, a los acuerdos «por arriba» de tipo interconfederal —las llamadas políticas de concertación—, sino que pone en marcha un entramado extendido a todos los sectores y territorios, a todos los ecocentros de trabajo. En este nuevo eje de coordenadas, el sindicato tiene la oportunidad de ajustarse las cuentas a sí mismo y verificar permanentemente lo realizado. Me explico, hemos hablado en otras ocasiones de hasta qué punto el fordismo y el taylorismo colonizaron a las organizaciones sociales (también al conjunto de la política). Pues bien, interviniendo en el hecho tecnológico, en los procesos concretos de innovación-reestructuración global, cabe la hipótesis de que en ese recorrido largo del pacto social por la innovación tecnológica, el sindicalismo no solo conteste el abuso, sino el uso de la organización del trabajo. Ya nos hemos referido en otras ocasiones al hecho de que bajo el fordismo y el taylorismo solo contestamos el abuso. Es más, lo que estamos planteando no se refiere a no obstaculizar el avance técnico, sino especialmente a una actitud activa con un esfuerzo inédito por anticipar las repercusiones del progreso técnico. Más todavía, a partir de este (itinerante) pacto por la innovación tecnológica cabe la hipótesis de construir una honda reforma del Estado de bienestar de nuevas características, eliminando gradualmente su carácter resarcidor en aras a abrir oportunidades inclusivas. 

Ahora bien, este planteamiento que intenta, ordenada y gradualmente, poner el sindicato patas arriba requiere, a mi entender, estos grandes desafíos: uno, ya dicho, interpretar adecuadamente los procesos reales que se desarrollan en los ecocentros de trabajo, viendo lo que va surgiendo y lo que desaparece; dos, intervenir decididamente en la organización del trabajo; tres, proponer los derechos propios de esta fase tecnológica, y cuarto, señalar con qué amistades preferentes se quiere caminar en tan largo recorrido. Vayamos por partes. 

No basta, sin embargo, interpretar adecuadamente los procesos reales. Es fundamental que esa interpretación con punto de vista fundamentado se encarne en la praxis y tenga su fisicidad propia a la hora de la negociación difusa que estamos planteando. O, lo que es lo mismo, hay que pasar de la literatura oficial a la real: la real es la que se concreta en la plataforma reivindicativa y, tras los lógicos meandros de la negociación, llega a su punto de conclusión. 

Entiendo que es preciso superar que el dador de trabajo tenga todo el poder a la hora de fijar la organización del trabajo. En ese sentido es fundamental que se proponga el instrumento de la «codeterminación»; si se lee e interpreta adecuadamente, se verá que no estamos hablando de la cogestión, que, a mi entender, ni está ni afortunadamente se la espera. Entendemos la codeterminación como la fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones «definitivas» en relación, por ejemplo, con la innovación tecnológica, con el diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. A mi juicio, la codeterminación es el derecho más importante por conseguir en el centro de trabajo. Para ello, lógicamente, se precisa una reforma de algunos artículos del Estatuto de los Trabajadores. Mientras tanto, debería ser el centro de todas las plataformas reivindicativas. Más todavía, mediante la intervención sindical en todo el polinomio de la organización del trabajo cabe la posibilidad de ir eliminando todo lo que queda del taylorismo —recuérdese que hemos hablado de la defunción del fordismo, pero no del taylorismo, que sigue vivo y coleando— en el centro de trabajo innovado. Así pues, la codeterminación presidiría el elenco de derechos propios de esta fase, junto a todos los relativos a los saberes (incluidos los profesionales) y el conocimiento. Entendemos los «saberes profesionales» de esta manera: la unión de dos dimensiones complementarias: la del «saber» en su acepción más amplia, constituida por elementos de teoría, práctica, modalidades de relaciones, modelos éticos de referencia y sistemas de valor, y la dimensión «profesional», constituida por competencias necesarias para el ejercicio de determinadas actividades en uno o más ámbitos. De esta definición de los saberes profesionales llegamos a una propuesta: la necesidad de elaborar un «Estatuto de los Saberes». Este estatuto sería la conclusión de una estrategia global de redistribución del acceso a los saberes y a la información, democratizando la revolución digital y tecnológica, lo que tiene su máxima importancia en estos tiempos que necesitan que el sindicalismo (y la política) valore el capital cognitivo en todas sus intervenciones; una batalla en la que, lógicamente, hay que implicar a los poderes públicos. Y comoquiera que no hay batalla sin su correspondiente grito mediático, propongo el siguiente: «Más saberes para todos». A grandes rasgos podrían ser: a) la formación a lo largo de todo el arco de la vida laboral, que ya hemos citado; b) enseñanza digital obligatoria y gratuita; c) acceso a un elenco de saberes por determinar, y d) años sabáticos en unas condiciones que deberán ser claramente estipuladas. Se trataría de un proyecto cuya aplicación se orientaría a todo el universo del trabajo.

Estamos hablando de un proyecto que sirve para incluir la formación, el conocimiento y los saberes —en palabras de Marx, el general intellect— en el actual paradigma, orientado a la autorrealización de cada trabajador y a la humanización del trabajo, a la racionalidad y eficiencia del ecocentro de trabajo. Vale la pena traer a colación las palabras de un alto mánager de Volkswagen a mediados de los años noventa: «Ahora entramos en una fase de transición y de turbulencias que durará diez años y que lo cambiará todo. ¿Cómo es posible gobernar este cambio sin una clase trabajadora y su saber hacer y con el patrimonio profesional que se ha acumulado en todos estos años? Yo no puedo arrojar a la cesta de los papeles un patrimonio de este género. Con él debo intentar cambiar y transformar la empresa». Lástima que el empresario-masa y las élites del management no hayan entendido este mensaje. Han preferido la discrecionalidad autoritaria, incluso a costa de la eficiencia de la empresa, porque concebían que el actual proceso de acumulación capitalista (al igual que en los orígenes de la Primera Revolución Industrial) había que hacerlo sin sujetos alternativos ni controles democráticos.

Esta batalla debe darla un agente extrovertido como lo es el sindicato, el cual puede movilizar a un importante batallón del talento (investigadores, científicos sociales, operadores jurídicos...) para —junto a los trabajadores y a modo de los «círculos de estudios suecos»— proponer un proyecto de humanización del trabajo, liquidando los vestigios del «gorila amaestrado» del que habló con tanto desparpajo el ingeniero Taylor. En este sentido, adquiere una importancia considerable la idea que repetidamente planteaba Riccardo Terzi, a saber, que los sindicalistas sean unos «experimentadores sociales», no solo en las cuestiones organizativas, sino en todo el quehacer del sujeto social en la relación entre ciencia, técnica y organización del trabajo. 

En resumidas cuentas, es preciso reescribir un nuevo pacto social en torno al trabajo y la innovación, asumiendo el objetivo de una radical transformación del proceso de desarrollo, compatible con el medioambiente. Lo que repercutiría en la recualificación de los procesos formativos e innovadores.


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