Nota introductoria.--- Seguimos con la publicación del libro ´No
tengáis miedo de lo nuevo´. Aunque algunos árboles han desaparecido el jardín
botánico permanece. Por eso damos a conocer nuestras sugerencias.
José Luis López
Bulla
A Roser
No corren buenos tiempos para el sindicalismo. Sin embargo –o precisamente por ello— decenas de miles de personas le dedican generosamente una considerable parte de su tiempo de vida. Son hombres y mujeres que, por lo general, tienen una alta cualificación profesional, empeñados en la noble tarea de la humanización y transformación del trabajo asalariado. En cierta ocasión, un dirigente sindical italiano, Ottaviano del Turco, afirmó que son «gente de otra pasta». Estoy de acuerdo. Durante treinta años he vivido —y compartido responsabilidades— con ellos y doy fe.
Este libro pretende ser, sin protocolo alguno, un homenaje a las generaciones de sindicalistas que se sacrificaron, primero, por la consecución de las libertades democráticas en nuestro país y, después, por su consolidación hasta el día de hoy. Y con ellos los juristas del trabajo, dignos de ese nombre.
No son buenos tiempos para el sindicalismo, decimos. Junto a los grandes cambios de todo tipo que se están operando desde hace años, fracasada una vez más la operación de convertir al sindicato en un agente técnico, que acompañe de bracete a los poderes del empresariado y los poderes económicos, se ha recrudecido una ofensiva brutal contra los sindicatos y sus hombres y mujeres. La mejor forma de enfrentarse a ese desafío es el planteamiento de una autorreforma sindical permanente, ya que los cambios y transformaciones no son algo contingente, ya no se dan de higos a brevas, sino de manera sostenida, de ahí que el sujeto social deba responder con su propia criticidad alternativa.
Las cavilaciones y propuestas que se presentan en este libro son un intento de acompañar el debate de los sindicalistas en ese volver a pensar su organización y eso que llamamos las relaciones laborales. Este repensamiento de la acción colectiva organizada, la autorreforma que se propone en este ensayo, tiene este objetivo central: el sindicalismo debe zafarse definitivamente del contagio del taylorismo que ha padecido a lo largo del siglo pasado. Por la sencilla razón de que, si nos encontramos en otro paradigma, seguir manteniendo aquel contagio conduce a una acción reivindicativa ineficaz y lleva al sindicalismo a una especie de reserva india de los últimos mohicanos. Tres cuartos de lo mismo recomienda el insigne jurista del trabajo Umberto Romagnoli a sus colegas: «Es impensable que se pueda proponer el derecho del trabajo en este mundo, ya transformado, de la globalización y la financiarización con las formas que tuvo en el siglo pasado propias de la industria fordista». La semejanza de ambas sugerencias se explica porque el derecho del trabajo sigue siendo —y es bueno que así sea— una pareja de hecho, como lo fue durante la mayor parte del siglo pasado.
Salir del contagio del taylorismo, sostenemos. Este es
el hilo conductor de mis cavilaciones. Lo que nos conduce a definir qué es
exactamente ese sistema de organización del trabajo, y de esa manera tenemos el
terreno despejado a partir de ahora. Nada mejor que tomar prestado qué entiende
Bruno Trentin por taylorismo. La referencia la sacamos de su libro
canónico La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo. Dice Trentin:
a)
Estudio de los movimientos del trabajador
mediante su descomposición para seleccionar aquellos que son «útiles»,
suprimiendo los «inútiles», aunque sean instintivos, para reconstruir «la
cantidad de trabajo veloz que se le puede exigir a un obrero para que siga
manteniendo su ritmo durante muchos años sin ser molestado»; b) concentración
de todos los elementos del conocimiento (del saber hacer), que en el pasado
estaban en manos de los obreros, en el management, que «deberá clasificar estas
informaciones, sintetizarlas y sacar de estos conocimientos las reglas, las
leyes y las fórmulas»; c) apropiación de todo el trabajo intelectual al departamento
de producción para concentrarlo en los despachos de planificación y
organización, con la separación radical («funcional») entre la concepción, el
proyecto y la ejecución, entre el thinking departament y la tarea ejecutiva e
individual del trabajador que está aislado de todo el grupo o bien está en un
colectivo (Taylor repetía a sus obreros de la Midvale en 1890: «No se os pide
que penséis, para ello pagamos a otras personas); d) predisposición
minuciosa, por parte del manegement, del trabajo por desarrollar y de sus
reglas para facilitar su ejecución. Las instituciones predispuestas del
management deben sustituir totalmente el «saber hacer» del trabajador y
especificar no solamente qué es lo que debe hacerse, sino «de qué manera hay
que hacerlo en un tiempo precisado para hacerlo».
De esta obra dijo Pietro Ingrao, el fascinante dirigente comunista italiano, que «debería ser el libro de cabecera de los sindicalistas». Recordemos lo parco y sobrio que siempre fue Ingrao en sus elogios. De un Pietro Ingrao que fue, durante toda su vida, gloria y flagelo de la izquierda.
Salir, salir, pues, del taylorismo. Y entrar de lleno, con toda la capacidad crítica, en el nuevo paradigma. Soy del parecer que la cuestión principal del nuevo paradigma es la emergencia de la Cuarta Revolución Industrial —propiciada por una vasta, veloz y versátil novísima tecnología, la informática, nuevos materiales, nuevas formas organizativas empresariales, nuevas ramas industriales—, que está generando un espectacular proceso de innovación y reestructuración de los aparatos productivos servicios (de hecho, de todo el sistema capitalista), cuyos tiempos ya no coinciden con los ritmos del ciclo económico; una economía global pensada según los cánones neoliberales, ciertamente.
Quedamos, pues, en lo siguiente: la madre del cordero no es la globalización, sino la revolución industrial de esta fase con sus consecuencias de innovación y reestructuración, y de ahí debe partir el sindicalismo confederal, desde el centro de trabajo, que llamaremos ecocentro de trabajo, en continua mutación.
Primer aviso: esta observación inicial no está en la mirada de todo el sindicalismo europeo, lo que explicaría —aunque parcialmente— el repliegue y desorientación desde el inicio de la crisis del 2008, a pesar de las gigantescas movilizaciones que se han dado en todo este período. No solo repliegue sino enclaustramiento de la práctica sindical (y de sus movilizaciones) en cada Estado nacional, y dentro de este (en algunos casos), la emergencia de brotes nacionalistas. Es más, lo chocante del caso es que, en todo este largo período, el sindicato europeo —agobiado por la crisis y el aprovechamiento que están haciendo las derechas económicas y sus franquicias políticas— ha puesto en el congelador todo un cuaderno de grandes planteamientos: pongamos que hablo de la negociación colectiva a escala europea, por ejemplo. Más todavía, no es posible retomar la gran cuestión de la Europa social sin la existencia de una negociación colectiva europea, que fue un proyecto del sindicalismo europeo de los años noventa que sigue celosamente guardado en los cajones de los despachos esperando quién sabe qué ocasión. Una negociación colectiva a esa escala acercaría los trabajadores metalúrgicos alemanes a sus compañeros españoles, portugueses..., los textiles catalanes a los renanos...
En resumidas cuentas, salir del taylorismo es un desafío en toda regla: de un lado, porque propone que el asalariado en el ecocentro de trabajo avance en el terreno de la humanización del trabajo y la reapropiación de sus conocimientos, que negaba el taylorismo, con lo que nos encontramos con las mejores tradiciones y raíces del movimiento sindical antes de la irrupción en escena del ingeniero Taylor; de otro lado, porque dicha salida supondría la eliminación gradual de los hierbajos que, como maleza, han ido suplantando aquellas raíces. Todo ello precisa una reinterpretación de la poderosa inteligencia colectiva que el sindicalismo ha tenido históricamente para enfrentarse a los actuales desafíos. Con una condición que ya exigió Luciano Lama cuando dejó sus altas responsabilidades de primer dirigente de la CGIL: «No tengáis miedo de lo nuevo».
«Lo nuevo», o lo que es lo mismo: las tecnologías de la microelectrónica, la biotecnología, los nuevos materiales, las telecomunicaciones, la robótica y el computador, que están cambiando continua y fundamentalmente el modo de crear la riqueza. Y sus consecuencias: está emergiendo una nueva economía global que reemplaza las economías nacionales existentes, que está haciendo trizas todas las soberanías...
Finalmente,
distinguido lector, este ensayo tiene su origen en la preocupación que, tiempo
ha, formuló Ignacio Fernández Toxo cuando habló, casi a bocajarro, de la
necesidad de repensar el sindicato. En aquella ocasión, el líder sindical
sorprendió a propios y extraños con unas atrevidas palabras: «Tenemos que
reinventarnos porque no podemos seguir haciendo lo mismo para conseguir los
mismos resultados». Y, con mayor contundencia, advirtió que «de no hacerlo, el
viento de la historia nos barrerá». Tras leer estas declaraciones, me
embargaron dos sensaciones: una, la emoción de ver que, desde arriba, se
compartía una exigencia que vengo planteando desde hace unos cuantos años, la
refundación y la autorreforma del sindicalismo; otra, me acordé de lo que Nicolás Maquiavelo
manifestó lúcidamente en su tiempo a propósito de los
reformadores: «Porque el que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos
los que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como tímidos defensores a
todos los que se beneficiarán del nuevo». Y me dije que yo no estaba dispuesto
a ser solamente un tímido defensor del repensamiento y la autorreforma del
sindicalismo. Y volví a coger la pluma.
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