Nota.--
Seguimos con la publicación por entregas del libro ´No tengáis miedo de
lo nuevo´.
José Luis López
Bulla
Cuarto
tranco
De hecho, la casa sindical tiene los mismos planos que proyectamos tras la legalización en 1977, a pesar de los grandes cambios —incluidas las conquistas de este «ciclo largo»— que se operan en el ecocentro de trabajo. Nos referimos a la morfología del sindicato y a su representación. La primera observación que se deduce de todo lo anteriormente dicho es que lo que nos pareció válido hace treinta y siete años ahora ha envejecido considerablemente. La nueva geografía del trabajo, que ha ido cambiando espectacularmente a lo largo de estos treinta y siete años, tiene muy poco que ver con la de aquellos entonces, cuando construimos la casa sindical. Vale la pena, pues, pararnos a pensar hasta qué punto nos es de utilidad mantener tan obsoleta morfología sindical.
Ahora bien, el problema central no estriba —solo ni principalmente— en el envejecimiento de las formas de representación del sindicato, especialmente en el ecocentro de trabajo. La cuestión está en la afasia, de un lado, entre cambios en el centro de trabajo y el mantenimiento de las mismas formas de representación anteriores a tales mutaciones, y, de otro lado, la inserción plena del centro de trabajo en la globalización mientras las formas organizativas del sindicato —especialmente la representación— mantienen el carácter típico de los tiempos del fordismo en el Estado nacional. En concreto: han envejecido y, a la par, se han desubicado de los procesos en marcha de la reestructuración e innovación globales. Este es, por ejemplo, el gran problema de los comités de empresa, a los que debe tanto el sindicalismo español, pero que ahora se han convertido en un freno para representar y tutelar la nueva geografía del trabajo, y por ello son un mecanismo que obtura el necesario incremento de la afiliación.
Esta crisis de representación se ha acentuado ante los cambios, cuantitativos y cualitativos, que intervienen a diario en el cuerpo vivo del conjunto asalariado, y no solo en términos de renta y salarios, de profesiones y situación ante el empleo, también en términos subjetivos: presencias culturales diversas, exigencias diferentes y prioridades individuales distintas que hace tiempo no conseguimos aprehender y, por tanto, representar. Mucho ha hablado sobre este particular el profesor Ramon Alós. Por ello, me esfuerzo en reclamar la necesidad de un nuevo modelo organizativo, ya que la actual estructura centralista no está en condiciones de captar la complejidad frenética del tejido social.
Tras la ruptura unilateral, en palabras del magistrado
Miquel Falguera, del pacto welfariano-fordista, ni siquiera
se ha producido una reforma de las estructuras sindicales. Llamo la atención
sobre el hecho de que las fusiones de federaciones y la simplificación de los
organismos territoriales solamente son medidas administrativas, no reformas
estructurales. Pues bien, seguir manteniendo los viejos planos del edificio
cuando la situación ha cambiado tan radicalmente comporta una pérdida de
representación y representatividad debido a la relación entre estructura
sindical y plataforma reivindicativa. A la ancianidad de la estructura sindical
se corresponde la ropa vieja de unas plataformas reivindicativas igualmente
desubicadas. De ahí que una serie de colectivos cada vez más amplios
(precarios, jóvenes, mujeres, inmigrantes) estén, por lo general, fuera de la
acción confederal. O lo que es lo mismo: a una situación tan diversa no se
corresponde el sindicalismo de las diversidades. Es un tema que viene de atrás,
pero que ahora adquiere mayor estridencia.
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