Nota bene.--- El presente ejercicio de redacción gira en
torno al artículo de Enric Company, Una gran vergüenza ajena, en El País (Cataluña) 25 de agosto de
2020 (1).
1.--- Siempre fuimos muy dados al manoseo revisionista. Posiblemente ello es así porque los que nos parecieron grandes temas históricos de nuestro país –lo fueran o no-- o nunca se cerraron con un aceptable consenso o lo hicieron en falso. Lo que podría significar que, faltándole a cada discusión la suficiente aproximación a la síntesis, cada tema, asunto o negocio se convertían en inquilinos en un callejón sin salida, en puras aporías. Cuando falta un buen sastre los retales no se convierten en traje alguno.
El
último tema, ya convertido también en sentimiento patético de la Historia es la
transición. Para unos: archivo de todos los males presentes y venideros; para
otros: encrucijada de orfebrería a la altura de obras maestras como la Odisea y
La Divina Comedia, la Alhambra y la Capilla Sixtina, el Quijote y Hamlet,
Fausto y la Novena Sinfonía, Vértigo y la canción Noche de Ronda. Ni tanto ni
tan calvo. En la Historia real no hay obras maestras, aunque éstas aparentan
serlo en los libros de texto. En todo caso, la transición –me resulta
estéticamente feo ponerla en mayúsculas— ha entrado en el almacén de la
angustia de un buen número de españoles, que han hecho de ese cuento su modus
essendi. Es la mandanga de los adanistas y de sus detractores; es la fábula de
sus hagiógrafos.
Comprendo
a los adanistas:
esa tendencia a
comenzar una actividad sin tener en cuenta los progresos que se hayan hecho
anteriormente. Se atribuyen que ´con ellos empezó todo´. Nada nuevo bajo el
Sol. Hasta Karl Popper cayó en el más exagerado adanismo al
considerar que, desde Platón hasta él mismo, no
hay filosofía. Desparpajadamente egotista. Entiendo, digo, a los adanistas que
han hecho de la crítica a la transición –el llamado régimen del 78-- el abc de su razón de ser. También comprendo
a quienes, situados en mi generación, se sienten zaheridos en una parte del
compromiso de su biografía. De manera que, así las cosas, no parece que se esté
capacitado para hacer una síntesis constructiva.
En pocas palabras: la transición sigue presente en las obsesiones de las élites españolas. Ahora ha aparecido una nueva situación, a saber, la relación que, según algunos, puede existir entre la transición y los bochornos sucesivos de los negocios de Juan Carlos de Borbón y Jordi Pujol. Se trata de la aparición de otra angustia, otro sufrimiento que incorporar a la dolencia de las cosas de España.
2.--- «Hemos sido desnudados y yo me siento avergonzado». Una frase de sufrimiento unamuniano. La ha dicho Iñaki Gabilondo, maestro de periodistas y persona temperada donde las haya. Gabilondo es, desde hace tiempo, un maestro que sigue la cadena de Blanco White, Larra y Vázquez Montalbán. Por eso su capacidad de influencia es enorme. Dicho en apretada síntesis: una personalidad. Siento decir que, en esta ocasión, no puedo acompañarle.
La vergüenza que siente Gabilondo por la actitud del rey emérito es, según Enric Company, «la que conoció la generación que forjó el pacto por la democracia y la autonomía en la década de 1970 cuando uno de los protagonistas de aquella complicada operación, Jordi Pujol, confesó hace cinco años algo muy similar a los affaires borbónicos que ahora llenan las páginas de la prensa». Vale la pena, en todo caso, señalar que Company hace un sentido elogio a aquella generación.
Sin embargo, me parece exagerado –y, si se me apura, algo pretencioso— el hecho de que Enric Company endose a toda una generación un determinado sentimiento. Pero yo no lo rebatiré. Hablaré sólo en mi caso. Yo formo parte de aquella generación de la transición. Más todavía, durante todo aquel periodo ejercí altas responsabilidades en las direcciones de CC.OO., del PSUC y del PCE. Soy, pues, corresponsable de lo que se hizo y de lo que se dejó de hacer. En realidad, la dueña de aquella situación fue, como siempre, doña Correlación de Fuerzas. En ese espacio—tiempo coincidimos con gentes que venían del pasado franquista que aprovecharon la ocasión para lavarse la cara y también con demócratas que, posteriormente, se ensuciaron las manos y engrosaron su cuenta corriente. Primera consideración: no me avergüenzo de haber coincidido, por ejemplo, con Jordi Pujol en la lucha por la democracia. Tampoco siento la necesidad de avergonzarme de que Pujol fuera amasando una inmensa fortuna a la remanguillé durante su mandato, simplemente lo combatí sin misericordia. Es más, si Pujol hizo una aparente separación entre política y su peculio personal, un servidor también combatió –desde estas mismas páginas— su doble verdad, su doble moral y su doble contabilidad. Pero eso no me lleva a la angustia unamuniana de dolerme o avergonzarme.
3.--- Ya he señalado que somos muy dados al sufrimiento empedernido por las cosas del pasado. Es la herencia de los noventayochistas. Que, según mi padre adoptivo, el maestro confitero Ferino Isla, eran unos sufridores patológicos. Ese «sufrimiento patológico» por la España que tenía que ser les impidió ver las novedades que se iban dando. De ahí que siempre recelaron de las generaciones posteriores Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Juan Negrín, Rey Pastor …
Explica el ilustre hispanista Sebastian Balfour en su libro El desastre de 1898 que, tras la pérdida de Cuba y Filipinas, se dio en nuestro país una recuperación económica y una relativa mejoría que chocaba con el clima mustio de las élites, incluida la prensa, agarrotados todos ellos por la dolencia de España, por la espuma doliente que iba dejando Unamuno.
Y cuenta Francesc Granell, catedrático de Economía Aplicada que –tras el famoso 11 de setiembre de 1714-- Cataluña inicia un periodo lento, pero firme de desarrollo económico e industrial. Granell explicaba que Jordi Pujol le rogaba que no dijera tales cosas. Naturalmente, esto no es angustia sino reescribir la historia para unas determinadas conveniencias.
Sugerencia final:
mientras se siga con esas martingalas patológicas, ahora disfrazadas de
«vergüenza ajena» se irá confundiendo el río Guadalope, afluente del Ebro
famoso, con el rio Guadalupe, que da sus aguas al Guadiana.
Post
scriptum.--- Alto y claro: «Lo primero
es antes». Así habló don Venancio Sacristán, metalúrgico y filósofo post socrático.
1)
https://elpais.com/espana/catalunya/2020-08-24/una-gran-verguenza-ajena.html
Nota
final.--- Mañana continuarán las
entregas del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´. Es la segunda parte a cargo
de Javier Tébar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario