Del
«pacto entre perdedores» se ha pasado a la Santa Alianza. O sea, los perdedores
se han juramentado contra Soraya
Saenz de Santamaría (a partir de ahora SSS). Lo que antes –y frente a otros— se
consideraba una maquinación se transforma, gracias al birlibirloque del
subjetivismo interesado, en algo normal de la vida democrática. SSS, así las cosas, está
que trina pues intuye que no ganará el Congreso de su partido, ni por lo tanto
podrá ser cabecera de cartel frente a Pedro Sánchez o
Albert Rivera. Y,
peor todavía, sospecha que su íntima enemiga, Cospedal, patrocinará un duro ajuste de cuentas.
Pablo Casado hace
responsable de los males de Cataluña a SSS. Y de manera indirecta le atribuye todos los
errores del grupo dirigente. Exageraciones. Y, diría más, su alianza con
Cospedal desmiente que tales acusaciones son casquería electoral. El mensaje de
Casado es: «Yo no estaba allí». Falso también, porque fue aupado por el hombre
de Pontevedra –hoy de Santa Pola-- a
donde se cocían las habas. Y en cada
reunión del comité ejecutivo nunca constó que tomara la palabra. Bueno, ni él
ni nadie. Sea como fuere, los dardos de Casado –cabeza de «la coalición de
perdedores»-- impugnan toda la política
de Mariano Rajoy.
Pero, como se ha dicho antes, él no estaba allí. En resumidas cuentas, un
sector del Partido Popular empieza
a ajustar las cuentas al hombre de Pontevedra. Con lo que podrían darse las
condiciones para reivindicar a la bicha,
esto es, José María Aznar.
Casado ha iniciado en su campaña una sutil reivindicación de la figura de
aquel. Y es que en política se da con
cierta frecuencia que algunos muertos gozan de buena salud.
Lo
más seguro es que, desde las filas de SSS, salgan en los próximos días algunas
flechas envenenadas contra Casado. En resumen, París bien vale un duelo a primera
sangre.
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