martes, 10 de julio de 2018

La botella de ratafía





Tras la reunión con Pedro Sánchez, Quim Torra declaró en conferencia de prensa que «hay un cambio de etapa». No concretó más, pero puede que sea indicativo de que algo se está moviendo. Por supuesto, muy lentamente, casi de manera imperceptible. De momento lo único visible es la zahúrda que han armado los hunos y los hotros. La caverna independentista ha tuiteado enérgica y originalmente la palabra enferma: traición. Y de ahí han pasado a la petición de dimisión del mismísimo Torra. La caverna carpetovetónica ha arremetido con furia similar contra Sánchez. En todo caso, los hunos y los hotros coinciden en el mismo objetivo: que no se arregle nada, que el conflicto no decaiga. Igualico, igualico que Carlos Quinto en guerra con el rey francés Francisco I. Decía Carlos: «Mi primo Francisco y yo queremos lo mismo: Milán».

Cierto, las posturas no han cambiado. Los planteamientos de cada cual, Sánchez y Torra, siguen invariables. Pero, ahora, aparece una discontinuidad sutil: de un lado, el hombre de Berlín no podrá publicitar en Europa que no hay diálogo entre Cataluña y España. Con lo que la internacionalización del conflicto tendrá que inventarse otra excusa; y, de otro lado, se ha evidenciado que Sánchez no es más de lo mismo de Rajoy. No son cosas irrelevantes.

Los problemas siguen siendo los mismos. Pero la situación ha variado un tantico. Supongo, aunque no se ha dicho, que se han abierto, aunque no del todo, algunas puertas y ventanas de ambas administraciones. Ciertamente, vendrán nuevos desplantes, y –por parte de algunos--  nuevas provocaciones. Los hunos y los hotros no pueden dimitir de retro alimentarse. Los de pasado el río Ebro porque la bronca representa un caladero de votos; y los de aquí porque saben que la pureza de las raíces carolingias tiene sus réditos. 

Así las cosas, este quilombo irá decreciendo en función de, como mínimo, dos variables: a) que en España la correlación de fuerzas favorezca a quienes quieren una solución frente  a los que desean que se incremente el problema; y b) que en el cuadro político catalán merme substancialmente el independentismo. En todo caso, algo está claro: la cosa durará lo suyo.

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