martes, 31 de julio de 2018

Lo de Cataluña tiene muy mala pinta





Vamos a suponer que todo el mundo, en lo referente a la cuestión catalana, está de acuerdo en dialogar. Dos consideraciones previas: a) sabemos en todo caso que apostar por el diálogo es, en determinados casos, disfrazarse de política para no infundir sospechas; b) recordamos a amigos, conocidos y saludados que dialogar no equivale a pactar, aunque a veces se use como eufemismo recurrente. Disculpen, parece conveniente recordar ciertas obviedades en estos tiempos de mutación del significado de las palabras.

Decimos que todo el mundo dice apostar por el diálogo. Sea. Dialóguese en buena hora. Ahora bien, la cuestión está como sigue: unos quieren dialogar para que Cataluña siga dentro de España; otros exigen diálogo para irse de España. Así las cosas, los objetivos del «diálogo» no sólo no presuponen coincidencia en los fines sino que son diametralmente opuestos, más bien contrarios. De donde se desprende que es materialmente imposible que se pase a la fase del pacto. Por lo demás, queda despejar qué contenidos concretos plantea Pedro Sánchez para el mencionado diálogo. Tal vez, si el Gobierno emitiera una señal potente –dentro de la Constitución o a través de una profunda reforma de la Carta Magna--  la cosa podría enderezarse.

Por la otra parte, se insiste con pocas luces en que dialogar debe referirse a la autodeterminación de Cataluña. Me gustaría saber cómo abordarían los científicos sociales expertos en teoría de conflictos esta papeleta.

El independentismo no bajará la tensión. Es más, en puertas de los juicios a los políticos presos y las próximas elecciones del año que viene la caldera incrementará la presión y los ruidos subirán en decibelios. Seguirá, pues, la lógica circular –o sea, la noria--  del independentismo. El diálogo, aunque necesario, será un mero perifollo.

Estamos por decir que es más fácil demostrar la conjetura de Goldbach --«Todo número par  mayor que 2 puede escribirse como suma de dos números primos»--  que resolver  el problema catalán. Hay quien dice que es el problema más difícil de demostrar de las Matemáticas. A Goldbach quisiera yo verlo en estos menesteres de esta confrontación política. Me malicio que este caballero tendría muy serias dificultades, porque el problema catalán se ha convertido en  un problema metapolítico. Sólo reconociendo esto, la situación que seguirá siendo estacionaria podrá ser abordada en mejores condiciones. Lo que no quita que, evidentemente, ello sea un fracaso caballuno de la política.

Mientras tanto, conviene retener que lo que otrora fue una confrontación entre políticos ahora se ha convertido ya –es decir, ahora mismo--  en un encrespamiento dentro de la sociedad civil. Y no hay visos de que esto amaine, porque dicha confrontación es el humus que necesita el independentismo para mantener la llama sagrada de su objetivo. En conclusión provisional: Catalunya se encamina a un periodo de decadencia. Un dato que está pasando desapercibido: sigue la fuga de empresas de Cataluña hacia otras latitudes. A este paso –dispensen la broma macabra--  sólo quedarán los chiringuitos de la playa y los kioskos de la prensa. Torres más altas han caído.  

Y mientras tanto, la famosa conjetura de Goldbach sigue sin que nadie le hinque el diente provechosamente.



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