El Parlament de Catalunya ha
introducido una discontinuidad que merece la pena comentar: cobrar por no
trabajar. Se trata de una variante que rompe
los usos y costumbres de las relaciones económicas y, hasta la presente,
no encuentra acomodo en los convencionalismos del iuslaboralismo. Rara avis el
Parlament de Catalunya. De un tiempo a esta parte se ha incrementado el hecho
de trabajar y no cobrar, afectando especialmente a las categorías menos
tuteladas del conjunto asalariado.
Como dijimos ayer, la Mesa ha
decidido por la cara que el curso parlamentario
se abrirá a primeros de Octubre. La última semana de Julio y todo el mes de
Septiembre la casa estará «en su lugar descansen». La alcaldada, sin embargo, no contempla que,
durante ese periodo, los diputados se queden sin cobrar. De manera que la Mesa
hace caso omiso del precepto bíblico de «ganarás el pan con el sudor de tu
frente». Es decir, la Mesa se pone al margen de las Sagradas Escrituras, a
pesar de que algunos de sus miembros son de misa diaria.
Ayer dimos los motivos de la
alcaldada: la confrontación –no sólo la división-- de la mayoría independentista. El matiz (la
diferencia conceptual entre división y
confrontación) tiene su importancia. Primera
conclusión provisional: se subvenciona la confrontación. Una originalidad que,
por lo demás, no se compadece con el espíritu calvinista que algunos habían
atribuido precipitadamente a la Cataluña industriosa. Es una especie de sopa
boba de postín. Max Weber y los viejos capitanes
de industria catalanes se llevarían las manos a la cabeza.
Ahí tienen una fuente de
inspiración las Comisiones Guerreras para renovar los contenidos de la
negociación colectiva: aparte del mes de
vacaciones deberían añadir cinco semanas más cobrando y sin trabajar. La
justificación es: ante Dios todos somos iguales. Este fue mi argumento ante un
cura para justificar una barrabasada que hice siendo mozalbete. El mosén me
respondió virilmente: «Ante Dios el superior es el superior y el inferior es el
inferior».
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