No
consta en la abundante bibliografía sobre Carlos Marx que
este se cagara en Dios o en la Virgen. El de Tréveris era ateo, pero no
necesitaba exhibir la potencia de sus esfínteres en sus conversaciones. Menos
todavía a la hora de argumentar lo que fuera o fuese. En mi caso, con el
tiempo, he descubierto que quien más se va de vareta es el que tiene un
considerable déficit de argumentos. Y de aquí podemos establecer la ley siguiente:
a más defecación verbal, menos argumentos.
Hablo
de esta historia con un cofrade. Me dice que es «lenguaje popular». Le atajo
sin contemplaciones: ¿se lo oíste alguna vez a Marcelino?
El quídam se pone colorao.
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