La
CUP ha tomado una
decisión que no ha sorprendido a nadie: no asistir –salvo contadísimas
excepciones-- a los plenos y comisiones
del Congreso de los Diputados. La CUP, como diría Baroja,
es ansí. Es un cóctel de las gangas
de aquellas izquierdas que no supieron diferenciar la gimnasia de la magnesia. Sin
embargo, la CUP pasará mensualmente la mano para recibir el salario que han
ganado con el sudor de su vagancia. En unos momentos en que se ha hecho público
que el sueldo del diputado se ha incrementado en un 2 % y, depende de la
evolución del producto interior bruto, se les asignará un 1 por ciento más. (La noticia ha sido dada por los medios con toda naturalidad, en cambio cuando suena un incremento de jornal para el resto de los mortales surgen los augures anunciando las siete plagas de Egipto). Así
las cosas, hay motivo para que la CUP sea llamada La bien pagá. Bien pagá no exactamente por la cuantía sino
por la relación entre emolumentos y trabajo realizado.
Dos
cuestiones morales se superponen en la decisión de este pintoresco partido. De
un lado, dimitir de representar a sus votantes; y, de otro lado, cobrar por no
dar golpe, no en el sentido metafórico sino plenamente físico. La CUP seguirá,
por lo tanto, apoyá en el quicio de la
mancebía. Ahora bien, podría ser que
una buena parte del electorado de la CUP viera con buenos ojos el absentismo
parlamentario de su partido. «Hay gente pa
tó», dijo Rafael El Gallo. Pero el Estado
--«Hacienda somos todos»-- no puede
limitarse a levantar acta, sin más.
Con
toda seguridad los rábulas y picapleitos de la CUP han informado que, haciendo
esos novillos, seguirán cobrando sus diputados. En caso contrario no hubiera
tomado tan revolucionaria decisión.
Por lo que sugiero que se estudie la talabartería jurídica para no pagar a
quienes prefieren quedarse en la cama a cumplir con su obligación. Lógicamente
entenderíamos que tan pintorescos personajes acudieran a reclamar al Maestro
armero.
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