Con
tanta cena los candidatos a liderar el partido post post post convergente y, de
retruque, aspirar a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, corren el
riesgo del sobrepeso. Son cenas de búsqueda de clientes y de exhibición del
palmito de cada cual de los aspirantes. Siete, son siete, dijimos el otro día,
según fuentes fidedignas. Trabajo inútil.
Trabajo
inútil estos chicoleos, si es que nos atenemos a las experiencias recientes.
Veamos, Carles Puigdemont mostró
su dedo y señaló a Quim
Torra como heredero. Era el único que garantizaba a Waterloo obediencia ciega y
fe del carbonero. Lo que dijera el partido, o cualquiera de las fracciones del
partido heredero de las nievas de antaño pujolianas, se lo pasaba Waterloo por
la cruz de los pantalones. Así, dicen, se las gastaba aquel famoso Tigre del Maestrazgo por
tierras de secano y regadío.
Carles
Puigdemont tiene donde entre escoger en el grupo de los siete o fuera de ellos.
Quien más y quien menos cuenta con una nutrida biografía de bravatas y aspavientos,
de anacolutos y disparates suficientes para que el Dedo le señale. Quien vaya
con retraso –no lo duden ustedes— recuperará el tiempo perdido. Y finalmente: «Tú
eres mi hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias», dirá el Dedo
íngrimo del hombre de Waterloo. Y, tras
la señal del Dedo, un consejo: «Se debe engañar a los niños con las tabas, a
los hombres con los juramentos». Según unos estas fueron las palabras de Lisandro; otros afirman que
de Filipo de Macedonia.
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