sábado, 1 de febrero de 2020

«Prometer es la fruta del tiempo»





Nada menos que siete son los aspirantes que se auto proponen para encabezar la lista de los post post post convergentes para substituir al diligente Quim Torra en la guía institucional de Cataluña. Siete, número cabalístico. Siete fueron los samuráis de Akira Kurasawa y siete los magníficos de John Sturges. Siete fueron las novias para siete hermanos y, definitivamente, siete fueron los famosos niños de Écija.

Siete cabezas de ratón presentarán –dicen fuentes, algunas veces bien informadas--  sus candidaturas para liderar el partido que un día fue «pal de paller» de Cataluña  y ahora es un conjunto de retales diversos y dispersos con los que no se puede confeccionar un traje. No vamos a decir sus nombres, porque es irrelevante a los efectos que nos proponemos en este ejercicio de redacción. Tan sólo haremos dos excepciones por su carácter pintoresco: Laura Borràs, portavoz de su grupo en el Congreso de los Diputados, y Jordi Puigneró, el joven en el que Waterloo ha puesto todas sus complacencias.

La Borràs es una señora algo extraña que mantiene de manera perseverante que Cristóbal Colón, Leonardo da Vinci, Miguel de Cervantes y Teresa de Ávila son catalanes. (Error caballuno: ignora esta dama que todas esas personalidades nacieron en Santa Fe, capital de La Vega de Granada). Más chocante todavía es que esta Borràs fuera consejera de Cultura de la Generalitat de Catalunya. También Jordi Puigneró se ha distinguido por su contumacia a la hora de defender la catalanidad de Cristóbal Colón y otros revisionismos no menos celebrados. Dicen los más metidos en el ajo que este caballero es el que tiene más papeletas para liderar el minifundio post convergente. Nosotros haremos una apuesta arriesgada: ganará quien vocee el revisionismo más estrafalario en los mercadillos y más promesas de victimización de Cataluña.  



Siete aspirantes, siete. Que prometerán volver a hacerlo. Lo sabemos: «Prometer es la fruta del tiempo», dijo el Pintor en la primera escena del acto quinto del Timón de Atenas, una obra de Shakespeare que a nosotros se nos antoja injustamente poco celebrada. 

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