martes, 23 de febrero de 2021

Política y teatro del absurdo


La situación política es un comistrajo que tiene como ingredientes tropezones de Valle—Inclán, pipirrana de Jardiel Poncela y patatas bravas de Ionesco. Esperpento y absurdo al por mayor y detall.

Esquerra Republicana de Catalunya sigue comportándose como si hubiera perdido las elecciones autonónicas, sin tomar decisiones firmes para atajar el quilombo barcelonés; Waterloo, sin embargo, actúa como si las hubiese ganado, dejar hacer para esparcir más desaguisados. Aragonès García ha tardado en hablar de la violencia en las calles barcelonesas y, cuando lo ha hecho, parecía que regañaba paternalmente a los llamados «antifascistas». Laura Borràs, la sombra de Quim Torra es alargada --«apreteu, apreteu»-- miraba encantada, tal vez pensando que esto fue lo que les faltó aquel 1 de Octubre.

Teatro de Ionesco: la rectoral de ERC no denuncia tajantemente la violencia de los «antifascistas», que ha destruido las vidrieras del Palau de la Música, patrimonio mundial de la humanidad. (Espero que nadie los compare con los milicianos republicanos que custodiaron el Museo del Prado en aquellos trágicos días. Porque hay cantamañanas que proponen comparaciones arriesgadas). Teatro de Jardiel Poncela: la Borràs encuentra patriótico que sus mesnaderos entren al abordaje en las tiendas del Paseo de Gracia. Curiosa alianza entre los antifascistas y los asaltadores de caminos, digo, de tiendas.

Esta confusión –lo intuyo con esta pituitaria ochentona— podría ser el discurso de investidura de Aragonès García, a menos que se conforme un gobierno con cara y ojos. Si la conjunción se hace con Waterloo, las cosas empeorarán. Si se conforma con los Comunes, estos deberían prevenirse de los contagios.

«Es el momento –exige Jordi Juan— de los moderados». Por supuesto, pero tal como están las cosas, eso es lo mismo que decir «por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas». En realidad, los moderados han sido substituidos por un abigarrado enjambre de intransigentes y confusos con tropezones gastronómicos de kumbayás y boys scouts. Los hunos porque el post procés sigue tan gaseosamente flatulento como su antecesor; los hotros, porque creyeron y dijeron que, tras la investidura de Pedro Sánchez, el gobierno de coalición caería antes de la verbena de la Paloma. Pero los hechos desmintieron rotundamente los agüeros de Casado y Waterloo. Y, en cambio, han acabado alguacilados como aquel famoso alguacil: Casado, nuevamente aturdido por las grietas jurídicas de la calle Génova y su partido embalsamado en el grupo mixto del Parlament de Catalunya; Waterloo, que ya no cuenta con su condición de caudillo institucional, sobrepasado electoralmente por sus hermanastros, los de Aragonès García. A Casado le ha perdido su teología de ventorrillo; a Waterloo, su empanada mental.

Es la hora de los moderados. O, por mejor decir, es el momento de imponer –no es una errata, he dicho imponer--  el sentido común. Pero ¿dónde está esa manderecha para solventar el problema? Está –o podría estar--  en inspirarse en quienes han creado una nueva situación en el País Valencià. Aquello era un putiferio, el corazón de las tienieblas, los establos de Augiás. Tras el cambio político, derrotada la derecha apostólica, las cosas cambiaron. Fíjense lo que estoy leyendo: «El proyecto "Element València" y la "gigafactoría" buscarán movilizar hasta 2.000 millones de euros de inversión público-privada. El resultado será la fabricación de un ecosistema industrial para producir a gran escala baterías para coches eléctricos y tener un impacto en la región de hasta 2.500 millones de euros anuales. Esta gigafactoría se engloba dentro de los proyectos que optarán a recibir parte de los fondos europeos de recuperación Next Generation. Una cantidad que, según el Gobierno, hasta 10.000 millones de euros durante los próximos tres años irán a parar al sector de la automoción». Lo que se dice para general conocimiento, especialmente como enseñanza de la utilidad de los gobiernos de coalición cuando todos reman unidos y al compás.  Es la utilidad que depara la máxima de don Venancio Sacristán: «Lo primero es antes».

 

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