La
situación política es un comistrajo que tiene como ingredientes tropezones de Valle—Inclán, pipirrana de Jardiel
Poncela y patatas bravas de Ionesco.
Esperpento y absurdo al por mayor y detall.
Esquerra Republicana de Catalunya sigue
comportándose como si hubiera perdido las elecciones autonónicas, sin tomar
decisiones firmes para atajar el quilombo barcelonés; Waterloo, sin embargo, actúa como si las hubiese
ganado, dejar hacer para esparcir más desaguisados. Aragonès García ha tardado en hablar de la
violencia en las calles barcelonesas y, cuando lo ha hecho, parecía que
regañaba paternalmente a los llamados «antifascistas». Laura Borràs, la sombra de Quim Torra es alargada
--«apreteu, apreteu»-- miraba encantada, tal vez pensando que esto fue lo que
les faltó aquel 1 de Octubre.
Teatro
de Ionesco: la rectoral de ERC no denuncia tajantemente la violencia de los
«antifascistas», que ha destruido las vidrieras del Palau de la Música, patrimonio
mundial de la humanidad. (Espero que nadie los compare con los milicianos republicanos
que custodiaron el Museo del Prado en aquellos trágicos días. Porque hay
cantamañanas que proponen comparaciones arriesgadas). Teatro de Jardiel
Poncela: la Borràs encuentra patriótico que sus mesnaderos entren al abordaje
en las tiendas del Paseo de Gracia. Curiosa alianza entre los antifascistas y
los asaltadores de caminos, digo, de tiendas.
Esta
confusión –lo intuyo con esta pituitaria ochentona— podría ser el discurso de investidura
de Aragonès García, a menos que se conforme un gobierno con cara y ojos. Si la
conjunción se hace con Waterloo, las cosas empeorarán. Si se conforma con los
Comunes, estos deberían prevenirse de los contagios.
«Es
el momento –exige Jordi Juan— de los moderados».
Por supuesto, pero tal como están las cosas, eso es lo mismo que decir «por el
mar corren las liebres, por el monte las sardinas». En realidad, los moderados
han sido substituidos por un abigarrado enjambre de intransigentes y confusos
con tropezones gastronómicos de kumbayás y boys scouts. Los hunos porque el
post procés sigue tan gaseosamente flatulento como su antecesor; los hotros,
porque creyeron y dijeron que, tras la investidura de Pedro
Sánchez, el gobierno de coalición caería antes de la verbena de la
Paloma. Pero los hechos desmintieron rotundamente los agüeros de Casado y Waterloo. Y, en
cambio, han acabado alguacilados como aquel famoso alguacil: Casado, nuevamente
aturdido por las grietas jurídicas de la calle Génova y su partido embalsamado
en el grupo mixto del Parlament de Catalunya; Waterloo, que ya no cuenta con su
condición de caudillo institucional, sobrepasado electoralmente por sus
hermanastros, los de Aragonès García. A Casado le ha perdido su teología de
ventorrillo; a Waterloo, su empanada mental.
Es
la hora de los moderados. O, por mejor decir, es el momento de imponer –no es
una errata, he dicho imponer-- el
sentido común. Pero ¿dónde está esa manderecha para solventar el problema? Está
–o podría estar-- en inspirarse en quienes
han creado una nueva situación en el País Valencià. Aquello era un putiferio,
el corazón de las tienieblas, los establos de Augiás. Tras el cambio político,
derrotada la derecha apostólica, las cosas cambiaron. Fíjense lo que estoy
leyendo: «El proyecto "Element València"
y la "gigafactoría" buscarán
movilizar hasta 2.000 millones de euros de inversión público-privada.
El resultado será la fabricación de un ecosistema industrial para producir a
gran escala baterías para coches eléctricos y tener un impacto en la región de
hasta 2.500 millones de euros anuales. Esta gigafactoría se engloba dentro de
los proyectos que optarán a recibir parte de los fondos europeos de recuperación Next Generation.
Una cantidad que, según el Gobierno, hasta 10.000 millones de euros durante
los próximos tres años irán a parar al sector de la automoción». Lo que se dice
para general conocimiento, especialmente como enseñanza de la utilidad de los
gobiernos de coalición cuando todos reman unidos y al compás. Es la utilidad que depara la máxima de don Venancio Sacristán: «Lo
primero es antes».
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