«La
gente que vota a Puigdemont
no sabe lo que está votando». Así ha hablado Angels Chacón, candidata del PDECat, o sea, el partido post
post post convergente del que mayoritariamente se escindió recientemente el grupo
del hombre de Waterloo (1).
Son palabras duras que se pueden entender como un rejonazo electoral o, quizá,
como una señal de impotencia resignada ante el fideísmo casi religioso del electorado
que vota al rival. En todo caso, estas palabras consagran una enorme cesura del
PDECat con Waterloo. Otra más de aquel macizo electorado del partido de Jordi Pujol. Digamos, pues,
que el gen convergente se ha ido descomponiendo en una miríada de grupos y
grupúsculos, unidos tan sólo por la postulación
formal de la independencia y rotundamente separados por las formas de aparentar
llegar a ella. Todo es un juego de picardías porque, desde el más informado hasta
el cabo furriel de las escuadras secesionistas, saben que no hay caminos
viables hacia la independencia. Se
trata, en suma, de un grotesco toreo de salón, que ahora llaman postureo, manteniendo
ese objetivo como aquellos antiguos esperaban la parusía.
El
gen convergente está hecho añicos, cada una de sus partes sin relación entre sí
--más bien confrontadas y divididas-- y
sin un proyecto al que puedan recurrir. Una parte de ese gen votará sin saber
lo que está votando, dice Angels Chacón. Algo tan contundente como aquel que nos dijo «América no existe, yo estuve
allí».
El
gen convergente, la argamasa de las capas medias catalanas, se ha ido deshilachando.
Esas capas medias que otrora fueron el basamento de la estabilidad y la
garantía de la ´pax pujolista´, el seny
mítico de la catalanidad, se han ido transformando –causa y efecto de las
mutaciones del gen convergente— en puro salfumán, en la rauxa (rabia) que siempre reapareció en los momentos de decadencia.
Unas clases medias que han recibido un nuevo alimento ´espiritual´ de Waterloo:
Puigdemont y los suyos no condenan en el Parlamento europeo el asalto trumpista
al Capitolio.
Las
capas medias catalanas se han ido degradando cultural, social y políticamente en
un conglomerado do coexisten desde demócratas hasta, cada vez más, sectores
contagiados de trumpismo y almacenes de camisas oscuras, correaje y botas de
media caña. No es ya la «parálisis melancólica del bucle del independentismo»,
que ha señalado alguien. Es un proceso, cada vez más acelerado, hacia la
degradación y la decadencia.
Al
grano: el próximo domingo no se ventila, sólo ni principalmente, el reparto de
la túnica sagrada del poder –poco o mucho— de la Generalitat. Aquí nos jugamos
si damos con los huesos en la cesta de los papeles o levantamos el vuelo. Hay
quien no ha querido esperar: Pastas
Gallo se lleva la producción a otro sitio que entiende más tranquilo. Calma.
Que no cunda el pánico.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», enseña un temperado Venancio Sacristán.
1) Véase en La Vanguardia de hoy.
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