Si
esto que lees fuese una maqueta de informe general de barriada señalaría que la
situación de hoy –de hoy mismo— tiene dos elementos: la reaparición del tema de
la corrupción y el extremoso nerviosismo de las fuerzas independentistas
catalanas ante el 14 de Febrero.
1.---
Esquerra Republicana de
Catalunya es un descontrolado manojo de nervios. El partido europeo más
confuso, además, no sabe simular ni disimular ese mal de san Vito que, desde hace
unas semanas, le trae por la calle de la Amargura.
Los
de Junqueras y Aragonès García dieron por
bueno lo que la demoscopia, los mostradores de taberna y las barberías unisex
daban por ineluctable: que su partido sobrepasaría a los de Waterloo y, por tanto,
ganaría las elecciones autonómicas. La cosa tenía visos de ser así hasta tal
punto que Puigdemont
y los suyos lo creyeron, de ahí la carrera loca entre los capitostes de ese
partido, Junts, por
situarse en los primeros puestos de las listas electorales.
La
cosa empezó a cambiar cuando un suceso, no previsto por casi nadie, rompió lo
que parecía previsible en el escenario electoral catalán: Salvador Illa aceptaba encabezar la lista socialista
aspirando a la presidencia de la Generalitat. Nervios por aquí, nervios por allí;
inquietud por allá, inquietud por acullá. El «efecto Illa» creó lo que Lluís Rabell ha llamado castizamente canguelo.
Nervios
sobre todo en Esquerra. Un españolista
–y, por lo tanto, constitucionalista— le mojaba la oreja a un republicano independentista.
El mal sueño de las anteriores elecciones con la victoria de Arrimadas volvió a la
memoria de ERC. Con una diferencia: ahora es plausible que el independentismo
no gane las elecciones. El efecto Illa –exagerado o no-- ha conseguido hacer creer que ya no hay
certeza del triunfo del independentismo.
Nervios
que empiezan en el calcañar de Junqueras, atraviesan peristálticamente los
intestinos de la organización y mueren en el colodrillo de Aragonès García. Nervios
al por mayor y detall. Ayer, sin ir más lejos, fue un Dies irae para los republicanos. Junqueras en Lleida –haciendo acopio
de vaticanismo académico — frunce el ceño, ahueca la voz y jupiterinamente
eructa: «El PSC quiere pactar con Vox». Illa quiere pactar con Vox, dice
mendazmente ese «buena persona, católico y humanista», que siempre exhibió un
puritanismo moral de hojalata. Etica de oro, del que cagó el moro; virtud de
plata, de la que cagó la gata. En definitiva, nervios, nervios, nervios.
Adobados con una brandada de trumpismo, que –tras la frase de Lleida-- no es monopolio de Laura Borràs.
2.---
Los ´papeles de Bárcenas´, al igual que el río Guadiana, han vuelto a su lugar.
Nervios en el Partido
Popular. Dos son los elementos de mayor preocupación: podrían demostrar
que Mariano Rajoy mintió
ante el Juez y que José
María Aznar –hasta ahora la sombra de Rebeca—está tan pillado como su
heredero. Aznar, el maestro de obras de la finca rústica, podría verse en un
aprieto. También Pablo
Casado y sus atalajes.
Nervios,
nervios, nervios en Waterloo. Todos nos hemos quedado asombrados cuando oímos y
leímos a la Borràs afirmar que Oriol Junqueras se encontraba en prisión por
«corrupción». De un plumazo esta monja alférez le ha desposeído de su cacareada
significación de preso político. No queremos defender al padre superior de la
Abadía de ERC, especialmente tras sus palabras en Lleida, pero Borràs acierta
tanto en ello como el otro cuando afirma que Illa pactará con Vox. Son los nervios.
Y todavía falta la recta final de las elecciones. La recta de Euler o, según se
mire, la recta de Illa. Es una línea que exige a don Salvador y a Jéssica Albiach mucho temple, mucha inteligencia.
3.--- Si todo lo que hemos dicho no es un enjambre
sísmico, que venga Dios y lo vea. Así
las cosas, dicho enjambre podría ser mayúsculo si se diera el movimiento
telúrico que plantea Isidor Boix, un gobierno
bipartito.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», nos
dice don Venancio Sacristán.
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