lunes, 22 de marzo de 2021

Duelo de rutinas: Cataluña y Castilla la Vieja


 

Siempre es conveniente recurrir a la precisa definición de las palabras. Por ejemplo, si hablamos de ´rutina´ y de sus derivados, es bueno acudir a lo que los sabios de antaño dejaron dicho de todo ello: «Costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado, que no requiere tener que reflexionar o decidir»; y en su segunda acepción: «Habilidad que es únicamente producto de la costumbre». Entiendo que la académica definición viene al pelo de la vida política de allende y aquende el río Ebro. La definición, además, no indica que «rutina» o «rutinario» sean necesariamente parientes de tranquilidad, calma y otras similares. Puede serlo o no.

Entendámonos: la persistente vida política española –algo más que ajetreos--  es igualmente rutinaria así en la meseta como en el extraño polígono esférico del nordeste.

Decía don Benito Pérez Galdós que «España era un país de «guerrilleros, contrabandistas y salteadores de caminos». Hablemos francamente: mucho han cambiado las cosas, pero si forzamos levemente las metáforas caeremos en la cuenta de que a unos personajes les podemos calificar de contrabandistas, a otros (sin exageración alguna) podríamos endilgarles lo de salteadores de caminos y finalmente tenemos guerrilleros –sin trabuco y sombrero calañés--  que deambulan por salones de pasos perdidos y hallados en el templo. Haríamos caricatura, pero no exageraciones.

La rutina sigue en Cataluña: el partido más confuso de Europa, el partido abacial de Oriol Junqueras –léase Esquerra Republiana de Catalunya— junto al partido más revuelto de Cataluña, la CUP, se han quedado medio embarazados el uno de la otra este fin de semana: se acepta a medias que Aragonès García sea el presidente de la Generalitat hasta que el diseño del reparto de la túnica sagrada sea también –a medias o totalmente--  del gusto de Waterloo, que de momento es el ganador fáctico de las pasadas elecciones.

Podría ser –no lo aseguro tajantemente--  que Waterloo acentuara sus zascandileos para que pase el tiempo camino de la repetición de elecciones. Lo apunto, aunque sin apostarme cinco duros.

Lo peor de todo esto es: que la marcha hacia la decadencia se ha convertido en rutina.  Es decir, en esa «costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado, que no requiere tener que reflexionar o decidir».

De igual modo, la rutina sigue en la meseta: se ha perdido la moción del Mar Menor; de acuerdo, de manera subvencionada, tamayazo 4.0. Pero la ley de la monotonía exige el castizo del mantenella y no enmendalla. Pues bien, tal como están las cosas ¿qué quita o qué pone un cambio –si es que se produce-- de gobierno en esa autonomía?

Conclusión aproximada: pugna de rutinas y monotonías, camino de la decadencia, entre la cabeza, el tronco y las extremidades de la piel de toro. Podría llegar el día en que «lo primero es antes» tenga tanto significado como el teorema de Juan de Dios Calero: «el diámetro de un sombrero sevillano debe ser proporcional al colodrillo de un hacendado de Sanlúcar de Barrameda». 

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