Nota de Metiendo bulla. En Campo abierto y este blog publican estos
comentarios.
Escribe Javier Aristu
Estoy conversando con amigos vía internet
sobre el asunto del Estado a propósito de esta pandemia y de las consecuencias
que tendrá en el futuro. Les mando esta reflexión.
El
diario El País publica un reportaje a propósito del relato En el
corazón del bosque de Jean Hegland que acaba de ser publicada en
español. El relato, que no he leído y no sé si lo haré en el futuro, habla de
una situación de crisis apocalíptica a partir del corte de suministro eléctrico
en todo un país y cómo tienen que sobrevivir dos hermanas aisladas en medio de
un bosque, sin ninguna conexión con otros seres humanos. La situación se
asemeja a una situación de caos. Nos transmite el periodista: «Su novela es
claramente una novela de transición en la que el orden ha desaparecido pero en
la que aún no se ha impuesto ningún nuevo orden».
Aquí
tenemos el asunto del día: el orden. Un orden que desaparece y otro que todavía
no acaba de aparecer. ¿Es este el momento en el que estamos? Sí y No. Me
inclino más por el segundo, por el No. Van a cambiar muchas cosas, sin duda,
muchas de nuestras actitudes y formas de vida y de relaciones sociales van a
transformarse. Pero no estamos ante una modificación decisiva y nuclear
del orden humano que venimos viviendo desde hace varias
décadas. Y en ese orden humano la función del Estado es
fundamental, aunque no es la única función fundamental para nuestra convivencia
pacífica y colaborativa. Hay muchos otros factores que nos ayudan a vivir en
comunidad. El Estado no se queda fuera de ese conjunto.
Miremos
lo que está pasando. Es una cruda realidad que la gente muere de forma
inesperada, acelerada y sin remedio. No muere como moscas, a millones, como sí
ocurrió con la gripe española; pero la gente se está muriendo por miles. Están
fallando ciertos dispositivos sanitarios (falta personal, faltan equipos,
faltan servicios, faltan mascarillas, faltan sistemas de protección de ese
dispositivo sanitario) pero el sistema está respondiendo más o menos de manera
adecuada (poned vosotros la cantidad de más y de menos).
Los sistemas de seguridad en las calles, en los sistemas generales del país,
los sistemas de suministro de energía, de alimentación, de transportes de
mercancías, están respondiendo más o menos bien. (Ídem). Es decir, no se ha producido
una situación de caos como nos refleja toda esa literatura apocalíptica que
comenzó a surgir a partir de los últimos cincuenta años y que es hoy literatura
de masas. La diferencia entre las situaciones planteadas en La
carretera, de Cormac McCarthy, o Apocalipsis, de Stephen King,
y la nuestra actual, en España, en Francia, en Italia, en EE. UU., etc., es que
no se producen situaciones de caos porque hay un Estado que está funcionando y
ejecutando los fines para los que fue instituido. Otra cosa es que ese
funcionamiento sea mejor o peor. Y, también, porque se ha construido un modelo
de vida asociativa que con todos sus defectos y déficits es capaz de responder
con dosis de responsabilidad, solidaridad y empatía a las demandas de la
situación.
Dos
incógnitas de esta situación no han quedado despejadas: una) qué va a pasar con
los procesos económicos, su evolución y las respuestas que se den tanto desde
los mercados (sociedad) como desde las instituciones (Estados y autoridades
mundiales). Y dos) qué va a pasar en la India. En este inmenso país, su
gobierno ha ordenado hoy a sus más de mil millones de habitantes que
permanezcan confinados en sus casas, como medida para impedir la extensión del
virus. Ya no estamos ante el confinamiento de una ciudad como Wuhan, con
sesenta millones de habitantes. India es un país ya de primer nivel, una
potencia no solo demográfica. Cómo vayan a evolucionar y actuar esos mil
trescientos millones de ciudadanos será interesante de ver. Para comprobar cómo
funciona una sociedad y cómo funciona un Estado en momentos de crisis global.
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