«Más
vale honra sin barcos que barcos sin honra». Los viejos libros de texto de
antañazo atribuían esta frase al almirante de mares abiertos Méndez Núñez que sufrió una
estrepitosa derrota en Callao. Lo contrario podría haber dicho el contralmirante
de bajura José María Aznar: «Más vale deshonra sin virus
que virus con honra». Justamente el mismo que, en un arranque de peristalsis
neuronal, dejó sentado que a él nadie le ordenaba el límite de velocidad ni marcaba
la cantidad de vino a la hora de conducir. Lo contrario sería estar –según el
Aznar Chico-- «atrapado por la ciencia». Un concepto que hubiera hecho llevarse
las manos a la cabeza al bueno de Max Weber.
Aznar
y familia, en plena crisis del coronavirus y con recomendaciones clarísimas,
deja Madrid --´su casa´-- y pone rumbo a Marbella. Seguramente ha calculado que
el índice de probabilidades del contagio es menor cabe el Mediterráneo. A él nadie
le sugiere, indica u ordena qué debe hacerse. Y si hay un imprudente que lo
hace, este caballerete se lo pasa por la cruz de los pantalones. «España y yo
somos así, señora», según nos dijo teatralmente aquel felizmente olvidado Eduardo Marquina, que
sentenció que en Flandes nunca se había puesto el Sol.
Parecía
difícil que el hombre de las Azores no se superara a sí mismo. Lo ha hecho en
esta ocasión. Él y sor
Patrocinio ya están tan ricamente en Marbella mirando el mar «bajo el
palio sonrosado de la luz crepuscular».
En
la cara opuesta son ya no pocos los ejemplos que la ciudadanía está dando de
solidaridad y responsabilidad: médicos jubilados que se reincorporan para echar
una mano, estudiantes de medicina que se ponen a las órdenes de las autoridades
sanitarias, jóvenes estudiantes que se ofrecen de canguros para cuidar niños. Y
–dejadme exhibir con orgullo-- lo
siguiente: los liberados sindicales de CC.OO. de
Menorca, Federación de Sanidad, se ponen a las órdenes de la Dirección
General de la Salud para lo que sea menester. Algo incomprensible para los Aznar.
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