jueves, 29 de julio de 2021

Barcelona, almacén de meadas


 

Andreu Claret ha dado cuenta en su mural de facebook de la indignación que le produce el océano de meadas con su correspondiente pestazo en el Born de Barcelona. Mis amigos me confirman que, desgraciadamente, las cosas son así. Nuestro hombre aclara que no son irlandeses –cuya fama de mearse en todos los sitios es notoria— los que evacuan en los portales y las esquinas barcelonesas, sino gente del país. No son irlandeses, afirma, porque hay pocos. En resumidas cuentas, que son barceloneses, posiblemente con una minoritaria aportación pueblerina. Mis amigos me informan que no solo es el Born el lugar do huele fatal sino todo el centro de la ciudad. (En la Roma antigua también pasaba lo mismo, pero al menos los meados eran una fuente de negocio pues de ahí se sacaba la materia prima para los tintes y lavados de la ropa). En definitiva, aquella Barcelona post olímpica, post moderna y post logarítmica hiede –jíe decimos en la Vega de Granada— a meados al por mayor y detall.

Menos mal que en la estación de Sans se han inaugurado unos lavabos –de pago, ¿eh?--  para bajar la polución de los orines. Un euro por meada. Para darle mayor énfasis y ceremonial el cónsul honorario holandés, Dick Kremer, ha cortado la cinta. De manera que la carrera diplomática y sus derivaciones manifiesta una utilidad añadida: no solo es la geopolítica la actividad consular, lo es también la inauguración de meaderos. Especialmente cuando son de «última generación», en palabras de Herr Kremer.

 

Post scriptum.---  Leo en El País, al que he vuelto momentáneamente tras la nominación de Pepa Bueno como directora del diario, que la Docta ha aceptado que el primer diccionario castellano es de Alfonso de Palencia, no de Antonio de Nebrija.  Me imagino que lo habrán discutido a fondo. Estupor en la ciudad de Lebrija y sus alrededores sevillanos.  

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