Pablo Casado insiste
en razonar con las mismas categorías que le llevaron al fondo del barranco la
noche del dies irae de las pasadas
elecciones generales. Albert
Rivera reincide en las
ocurrencias que le impidieron sobrepasar a Casado. Ambos reeditan el grosor de
las insidias en sus primeras intervenciones tras la sesión de apertura de la
Legislatura. Si antes era solamente Pedro Sánchez el
destinatario (cómplice de los independentistas, incluso de los terroristas de
ETA), ahora la flamante presidenta del Congreso, Meritxell
Batet, también es el oscuro
objeto del deseo de la infamia de los dos fracasados de las pasadas elecciones.
Sobre ella se ha vertido toda la ponzoña reiterativa: que ha pactado con los
independentistas y, por eso, ha permitido la fórmula que han empleado los
independentistas en la toma de posesión del acta. No hace falta ser un lince
para intuir que Batet será la otra pieza que quieren cobrarse los fracasados. Tiene
todos los atributos que odian los tribolites del Cámbrico ya sean viejos o
nuevos en el hemiciclo: es mujer y joven, que conjuga el verbo dialogar.
Lo
dicho: Casado y Rivera siguen dándole a la manivela que les llevó al fracaso.
La salmodia de que todo va mal. Me imagino el ataque de duodeno cuando han
leído que la OCDE, un organismo poco proclive a repartir octavillas en las
puertas de la fábrica, ha valorado positivamente los incrementos de las
pensiones y el salario mínimo y sus consecuencias. Los escribientes de Casado y
los lumbreras de Rivera han quedado a la altura del betún.
Pues
bien, todo ese fracaso lo vamos a sufrir durante la presente legislatura a
través de una competición entre las tres derechas por ver quién pita y aporrea
la bancada con más arcaica virilidad.
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