El
conflicto catalán, ya cronificado, va aumentando de espesor cada día que pasa. Anteayer ERC exigió a TV3 (en manos de Waterloo) que denunciara la
corrupción; era un cogotazo por el silencio de la emisora de los asuntos de la
diputada Borràs, portavoz
de los post post post convergentes en el Congreso de los Diputados. Ayer,
también ERC pide explicaciones al Consejero Buch, no menos post post post que la Borràs, por
un (hipotético) racismo de los Mossos de l´Esquadra. De momento estamos en
condiciones de afirmar que Quim
Torra es el sparring bobo de ERC. Sólo la fuerza de la inercia mantiene
en pie al diligente caballero.
Hay
personas que no acaban de compartir mi punto de vista de que el procés ha fracasado. Lo mantengo.
Pero lo que no me negará nadie es lo siguiente: de una confrontación de los
independentistas contra los que no lo somos, se ha pasado a una lucha, más
feroz todavía, entre las dos expresiones políticas del independentismo. Ni
siquiera se guardan ya las formas; es una confrontación que incluso se exhibe
sin miramientos en el mismísimo Congreso de los Diputados. Los momentos de
unidad de estas dos formaciones son mero fingimiento. Protocolo de gentes que
han estudiado en colegios de pago. Un protocolo que parece servir como momento
de tregua para afilar las navajas de Albacete. La batalla es, naturalmente, por
la hegemonía del independentismo. Pero aquí hay algo más: la incompatibilidad
personal de toda una serie de personas de una y otra banda que les lleva a
transformar lo que debería ser política en mero zafarrancho permanente. Lo más
estrafalario de toda esa batahola es que –los unos y los otros-- persiguen un objetivo irrealizable en este
mundo de la globalización interdependiente. Eso sí, esa actividad se ha
convertido en un modus vivendi de dirigentes políticos, expertos, cargos de
confianza, escribas sentados, tiralevitas, paniaguados y sus correspondientes cohortes
de cuñaos.
No
se vislumbra una salida a este conflicto. Porque, aunque la división del
independentismo le impide avanzar, no tiene ante sí un movimiento anti
independentista, ni siquiera una oposición digna de ese nombre. La oposición es
solamente espectadora –desde arriba del gallinero— de ese drama sofocleo. Por lo que igualmente
cronificado está el panorama político general de Cataluña. Con lo que la situación puede seguir deteriorándose. Naturalmente esto es una conjetura, que
puede ser tan cierta como la de Goldbach. Un
inciso: no veo por ninguna parte –aunque eso puede ser consecuencia de mi presbicia-- qué sujetos pueden liderar, primero, el freno
de esta decadencia y, después, darle la vuelta a la tortilla. ¿Lo sabe alguien?
Esta
anomalía –la doble cronificación del conflicto inter independentista y la
ausencia de oposición-- puede durar lo
suyo. Si fuera así la decadencia de Cataluña haría estragos. Recuerdo a quien
pacientemente lea estas líneas que el conflicto irlandés, que enfrentó a las
dos facciones del nacionalismo, duró unos cien años. Durante todo ese periodo
Irlanda fue irrelevante: un pintoresco lugar para que John Ford rodara El hombre tranquilo. Abro paréntesis: sugiero a los
fundamentalistas que, en vez de prohibir tan machista película, exijan que,
previamente a la proyección de la misma, los asistentes asistan a una
conferencia sobre los contravalores de ese energúmeno de John Wayne. Cierro paréntesis y pido disculpas por el
meandro.
Cataluña
puede convertirse en aquella pintoresca Irlanda. Irlanda salió de aquella
vegetación cuando, exhausto el nacionalismo y reemplazada la generación de la
contienda permanente, envió el nacionalismo al Hades. Mientras tanto, habrá
quien se aproveche de este estancamiento para un nuevo resurgimiento. Lo peor
del caso es que –si hablamos, es un poner, del corredor del Mediterráneo-- Cataluña será sólo parada y fonda. Un gallo
sin plumas completamente afónico. El de Morón será una caricatura.
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