miércoles, 17 de junio de 2020

Cataluña: un gallo afónico y sin plumas




El conflicto catalán, ya cronificado, va aumentando de espesor cada día que pasa.  Anteayer ERC exigió a TV3 (en manos de Waterloo) que denunciara la corrupción; era un cogotazo por el silencio de la emisora de los asuntos de la diputada Borràs, portavoz de los post post post convergentes en el Congreso de los Diputados. Ayer, también ERC pide explicaciones al Consejero Buch, no menos post post post que la Borràs, por un (hipotético) racismo de los Mossos de l´Esquadra. De momento estamos en condiciones de afirmar que Quim Torra es el sparring bobo de ERC. Sólo la fuerza de la inercia mantiene en pie al diligente caballero.

Hay personas que no acaban de compartir mi punto de vista de que el procés ha fracasado. Lo mantengo. Pero lo que no me negará nadie es lo siguiente: de una confrontación de los independentistas contra los que no lo somos, se ha pasado a una lucha, más feroz todavía, entre las dos expresiones políticas del independentismo. Ni siquiera se guardan ya las formas; es una confrontación que incluso se exhibe sin miramientos en el mismísimo Congreso de los Diputados. Los momentos de unidad de estas dos formaciones son mero fingimiento. Protocolo de gentes que han estudiado en colegios de pago. Un protocolo que parece servir como momento de tregua para afilar las navajas de Albacete. La batalla es, naturalmente, por la hegemonía del independentismo. Pero aquí hay algo más: la incompatibilidad personal de toda una serie de personas de una y otra banda que les lleva a transformar lo que debería ser política en mero zafarrancho permanente. Lo más estrafalario de toda esa batahola es que –los unos y los otros--  persiguen un objetivo irrealizable en este mundo de la globalización interdependiente. Eso sí, esa actividad se ha convertido en un modus vivendi de dirigentes políticos, expertos, cargos de confianza, escribas sentados, tiralevitas, paniaguados y sus correspondientes cohortes de cuñaos.

No se vislumbra una salida a este conflicto. Porque, aunque la división del independentismo le impide avanzar, no tiene ante sí un movimiento anti independentista, ni siquiera una oposición digna de ese nombre. La oposición es solamente espectadora –desde arriba del gallinero— de  ese drama sofocleo. Por lo que igualmente cronificado está el panorama político general de Cataluña. Con lo que la situación puede seguir deteriorándose. Naturalmente esto es una conjetura, que puede ser tan cierta como la de Goldbach. Un inciso: no veo por ninguna parte –aunque eso puede ser consecuencia  de mi presbicia--  qué sujetos pueden liderar, primero, el freno de esta decadencia y, después, darle la vuelta a la tortilla. ¿Lo sabe alguien? 

Esta anomalía –la doble cronificación del conflicto inter independentista y la ausencia de oposición--  puede durar lo suyo. Si fuera así la decadencia de Cataluña haría estragos. Recuerdo a quien pacientemente lea estas líneas que el conflicto irlandés, que enfrentó a las dos facciones del nacionalismo, duró unos cien años. Durante todo ese periodo Irlanda fue irrelevante: un pintoresco lugar para que John Ford rodara El hombre tranquilo. Abro paréntesis: sugiero a los fundamentalistas que, en vez de prohibir tan machista película, exijan que, previamente a la proyección de la misma, los asistentes asistan a una conferencia sobre los contravalores de ese energúmeno de John Wayne. Cierro paréntesis y pido disculpas por el meandro.

Cataluña puede convertirse en aquella pintoresca Irlanda. Irlanda salió de aquella vegetación cuando, exhausto el nacionalismo y reemplazada la generación de la contienda permanente, envió el nacionalismo al Hades. Mientras tanto, habrá quien se aproveche de este estancamiento para un nuevo resurgimiento. Lo peor del caso es que –si hablamos, es un poner, del corredor del Mediterráneo--  Cataluña será sólo parada y fonda. Un gallo sin plumas completamente afónico. El de Morón será una caricatura. 

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