Los
de Rivera están sin
brújula desde la moción de censura a Mariano Rajoy. La formación del gobierno de Pedro Sánchez les pilló tartamudeando. Son cien días de un tartajeo ininterrumpido. El
confuso proyecto de Rivera, un comistrajo indigesto, sólo se mantiene sobre la
base de gestos al por mayor y disparando con arcabuz en dirección a Pablo Casado y Pedro
Sánchez. En los másteres del primer espada
popular y, ahora, en la tesis doctoral del presidente del gobierno, han cifrado
buena parte de sus esperanzas, amén de agitar el ambiente para que la zahúrda
catalana no decaiga. El resto es pura inanidad.
El triste grupo dirigente de Ciudadanos se está
convirtiendo en una escuadrilla de insinuaciones en una búsqueda espasmódica de
titulares en los medios de difusión. Mientras tanto, aquellos que podrían decir
alguna cosa –Garicano,
por ejemplo-- pasean su soledad en el
cuarto oscuro de la sede del partido. Sólo hablan el gárrulo (atención al acento)
de Rivera y el resto de los garrulos (esta vez sin tilde) del puente de mando.
El trasatlántico que pudo haber sido y no fue se está convirtiendo en un
chinchorro de agua dulce. No lo lamentamos.
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