El gobierno español siempre se
tomó la cuestión catalana en clave de reyerta: los hunos contra los hotros.
Además, este conflicto político durísimo
siempre fue visto por el hombre de Pontevedra pensando más en ciertos
sectores, no sólo de su propio partido, partidarios del castizo leña al mono
hasta que hable inglés. De ahí que el sintagma «soluciones políticas» no tenga
cabida en el diccionario rajoyano. Por otra parte, las covachuelas de la
Moncloa tienen el don de errar precisamente en los momentos más relevantes de
dicho conflicto. Y, si hemos de ponernos trascendentes, diremos que don Mariano no cuenta con esa
cualidad que Maquiavelo recomendaba a los
gobernantes: «la virtù». La virtù o
la voluntad y la inteligencia, la acción y la destreza, el conocimiento y la
sagacidad, pero no la presunción, el arrojo y la competencia, pero no la
temeridad. Don Mariano es la antítesis de todo ello. Es el hombre de los
traspiés en las grandes solemnidades.
Muchos han sido, ciertamente,
tales errores. Los dos más recientes han sido: a) la pedestre reacción contra
el 1 de Octubre; b) la presentación, ahora, del «recurso preventivo» contra la
investidura de Carles
Puigdemont. De la primera hablamos en su día. En todo caso, parece claro
que el problema del hombre de Pontevedra no es que tenga mal bajío, sino que no
tiene virtù.
Error caballuno, pues, el
recurso preventivo. Justamente en un momento en que el procés va dando vueltas sobre sí mismo, cuando las diferencias
políticas en su interior son más que
visibles y en el momento en que empezaban a lloverle severas advertencias al
hombre de Bruselas desde las filas amigas, conocidas y saludadas. Ahora bien,
tengo la impresión que este disparate se ha cocinado para contraprogramar los
efectos de las palabras de Ricardo
Costa en el tribunal que juzga una parte de la trama Gurtel. Para
neutralizar sus efectos devastadores. Vuelo gallináceo de quien no sabe salir de su laberinto.
Sin embargo, el recurso
preventivo no cuela. El Consejo de Estado, a través del bisturí de Landelino Lavilla, le lleva la contraria. Es
entonces cuando la ausencia de virtù
del hombre de Pontevedra vuelve a ponerse de manifiesto: el gobierno se
mantiene erre que erre y eleva el recurso al Tribunal Constitucional. Otro
error de bulto, porque ahora no puede echarle en cara a nadie que desoiga los
consejos del Tribunal de Garantíes Estatutaries de la Generalitat no de los
letrados del Parlament de Cataluña. En resumidas cuentas, es una dramaturgia
absurda.
En apretada y provisional
conclusión: la mayor responsabilidad de la crisis política española la tiene el
hombre de Pontevedra. No sólo no la resuelve sino que la agrava. De hecho la
llamada astucia de Puigdemont es una variable dependiente de la ausencia de virtù de Rajoy. En suma, así se las
ponían al séptimo Fernando,
el rey felón.
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