domingo, 14 de enero de 2018

¿Qué pasará en Cataluña? Una hipótesis




Ya veremos cómo arranca la legislatura catalana. De momento las cosas no pintan nada bien. La mayoría parlamentaria independentista tiene fuertes contrastes en su interior; la oposición tiene muy poco que pelar. En todo caso, empiece como empiece –si es que arranca, todo hay que decirlo-- no augura la placidez necesaria para levantar Cataluña.

Los problemas de la gobernabilidad están fundamentalmente en el independentismo: de un lado, la pugna entre los herederos de Convergència y Esquerra Republicana de Catalunya; de otro lado, el guirigay en el interior de los nuevos convergentes. Centrémonos, en primer lugar, en esto último.

Puigdemont, al igual que el Papa Luna, se mantiene en sus trece. Ha convertido su castillo de Peñíscola en un hotel de Bruselas. Desde allí lanza urbe et orbe sus encíclicas con la intención de que sean de obligada reverencia. De ese modo está provocando tensión pastoral con los de Junqueras y, especialmente, con los del, por ahora, su propio partido, el PDeCAT. Ambos conflictos no son irrelevantes. Es más, ya no están submergidos, son públicos. Además, esta litigiosidad se suma a la «gran rectificación» de exponentes principalísimos del independentismo –por cierto, dirigentes de ambos partidos— que está sumiendo en el desconcierto a una buena parte de la feligresía militante del procés.

Zafarrancho en re mayor entre los hombres de Puigdemont y el grupo dirigente del PDeCAT. El hombre de Bruselas va por libre. Ha construido un discurso que choca abruptamente con el partido. Más todavía, ha convertido su colegio cardenalicio en una especie de Encomienda de ultramar. Con lo que el pacto se va resquebrajando. Paco o apaño. El PDeCAT convino en que Puigdemont haría la lista electoral a su imagen y semejanza; a cambio los dineros del resarcimiento electoral los gestionaría el partido. Fue, en principio, un equilibrio de debilidades porque las primeras encuestas negaban el pan y la sal al PDeCAT. Puigdemont le dio la vuelta a la tortilla y se convirtió en el Papa Luna.

El hombre de Bruselas sigue en su fortaleza. El PDeCAT teme ser fagocitado por Puigdemont. Pero, no se olvide, en el grupo parlamentario también hay diputados de obediencia estricta de partido que, silentes ahora, en un momento dado tendrán que decir esta boca es mía.

Ya veremos qué pasa en la sesión de investidura, si es que se produce. En todo caso, el cuadro parece ser éste: un conflicto a dos bandas y la amenaza del Estado. Alguien tendrá que deponer las armas. O el Papa Luna o los otros. La inestabilidad, sin embargo, está asegurada. Ni (formal) la mayoría parlamentaria, convertida en retales, ni la oposición, que es un conjunto de tapas variadas, algunas de ellas asaz indigestas. Y si la inestabilidad se consolida parece claro que sus consecuencias serán más funestas. Se enquistarán los viejos problemas y surgirán otros nuevos.

De momento suenan los versos famosos de La Divina Comedia: «Aysierva Italia, hostería cruel / nave sin timonel en tempestad / no dueña de más tierras, sino burdel». Ay, sierva Cataluña…  Quien se felicite de esta situación es un irresponsable.  


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