Junts per Catalunya
sigue insistiendo ad nauseam en que, a
pesar de lo que digan los letrados del Parlament de Catalunya, el hombre de
Bruselas tiene que ser investido por la vía telemática como President de la
Generalitat. ¿Propaganda? No, al principio se trataba de temeraria agitación. Y
de algo más directo y preocupante: ejercer una presión hacia los letrados con
la idea de que estos se sintieran vigilados. Con la idea de intentar
arrugarlos. No lo han conseguido.
Ahora es, de un lado, el
empecinamiento para arrastrar a Esquerra Republicana de Catalunya y, más
concretamente, de hacerla corresponsable de tan temeraria propuesta; y, de otro
lado, exigir a la Mesa del Parlament, recientemente constituida, que autorice
la investidura telemática. Pero la Mesa sabe a pies juntillas que no puede
arriesgarse a ello, so pena de que se prorrogue el artículo 155.
La posición oficial de Esquerra
es, también, investir al hombre de Bruselas, que se mantiene en sus trece. Aunque
hay voces para todos los gustos que, dando a entender que efectivamente Puigdemont es el candidato,
insinúan que al final el «interés supremo» (Joan Tardá) hará que finalmente pueda ser otra
persona. Por otra parte, el pintoresco Rufián bromea sobre la inconveniencia de un candidato
telemático. En todo caso, es destacable que Oriol Junqueras no haya dicho todavía esta boca
es mía. Así las cosas, Esquerra sigue siendo una olla de grillos. Las voces de
unos anulan las de los otros.
Parece claro, pues, que
Junqueras no dirige los grandes movimientos del partido. Ejerce solamente de
Reina madre desde la prisión. (Aprovechamos la ocasión para desear su rápida
puesta en libertad). Con lo que está sumiendo a sus parciales en un embrollo de
considerables dimensiones. De hecho, esta ausencia de liderazgo lleva a su
partido a ser subalterno del hombre de Bruselas. Pero comoquiera que este
caballero no tiene política, Esquerra se queda sin plumas y con un confuso
cacareo. Con lo que a la crisis de
liderazgo se le añade la crisis de proyecto tras la «gran rectificación» que se
ha operado por parte de conspicuos dirigentes independentistas: todo en el
marco de la Constitución.
Ya veremos cómo acaba este baile
de máscaras. De momento sigue la ópera bufa: Puigdemont en su ridícula grandeur escribe a
Junqueras: «Un preso no puede ser president de la Generalitat». El Papa Luna,
redivivo, avisa a sus cardenales que él es el único vicario de Cristo, nuestro
Señor.
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