lunes, 8 de enero de 2018

¿La destreza maquiavélica de Puigdemont?




Hace días que leí un artículo del maestro Enric Juliana donde hablaba de la «destreza maquiavélica» de Puigdemont para sacar al PDCat del atolladero en el que se encuentra. Pues bien, no le niego el pan y la sal al hombre de Bruselas, pero me parece excesivo e inadecuado relacionar las figuras del hombre de Bruselas con la de Nicolás Maquiavelo. Es excesivo porque ni siquiera los más exaltados seguidores de Puigdemont, otra cosa es que lo disimulen, pueden creer que el hombre de Bruselas puede sentarse a la diestra del secretario florentino. E inadecuado el uso de la expresión maquiavélica, que deriva de maquiavelismo.

Años más tarde de la muerte de Maquiavelo los jesuitas, nueva cofradía pendenciera de la Iglesia en aquellos tiempos, organizaron un combate a sangre y fuego contra el secretario florentino y sus obras. Acuñaron la expresión «maquiavelismo» como condensación de la doblez y la hipocresía, de la traición y la falsedad, al lado de todas las perversidades morales. Los jesuitas siempre tan elegantes. Y hasta consiguieron que tanto despropósito calara en los caletres de gentes de ciudad y del campo, de cortesanos y villanos, de mitrados y curas de olla, de intelectuales paniaguados y zapateros remendones. La yesca jesuítica y el pedernal de la caspa crearon una sucia leyenda contra el quondam secretario. Ahora bien, no hubo solamente un anti Manquiavelo católico. Un hugonote francés, de cuyo nombre no quiero acordarme, escribe el primer Anti Maquiavelo, en 1576. Más todavía, en los infames procesos de Moscú, una de las acusaciones del fiscal general (tampoco quiero acordarme del nombre de este caballero) contra Kamenev, que había sido embajador de la URSS en Roma, fue el haber escrito un prefacio a El Príncipe.   

La campaña fue terrible en Inglaterra: a los niños se les asustaba, desde finales del siglo XVI, con «que viene Old Nick», el diablo, que se deriva de Nicolás [Maquiavelo]. Digamos, entre paréntesis, que eso del adoctrinamiento de los niños viene de tiempos antiguos.  Por eso me incomoda que el maestro Juliana, siempre tan agudo y preciso, hable de «maquiavélica» y no de maquiaveliana.

Dicho lo cual, vuelvo al punto de partida. ¿Hay alguna relación entre Puigdemont y la destreza de Maquiavelo? Ni hablar del peluquín.

Maquiavelo es el político e intelectual que insiste en la realidad, en la diferencia entre «lo que es» y las fantasías de la mente. Maquiavelo tiene en la cabeza –último capítulo de El Príncipe— la unidad de los estados italianos. Y percibe la novedad del nuevo mundo europeo tras las intervenciones en aquellos estados de los reyes franceses y de Fernando el Católico. El es hombre que desmenuza la Historia frente al mito. Maquiavelo es estrategia más que destreza. Y de ahí un hombre que soluciona problemas.

Lo contrario es el hombre de Bruselas. Vuelo aldeanamente gallináceo. Europa sólo se encuentra en su cabeza de manera instrumental: cuando está a su servicio. Su aparente destreza es el embrollo. «Lo que es» se confunde con lo que su cabezonería entiende que tendría que ser. Prefiere el mito a la Historia. Por lo que, por favor, no jodamos la marrana. No hay comparación posible. N siquiera exagerando.

Una sugerencia: no se pierdan ustedes el prólogo de Giuliano Procacci de El Príncipe, editado por la Colección Austral, primorosamente traducido por Eli Leonetti Jungl. 


Punto final: Maquiavelo está enterrado en la Santa Croce, Florencia. En su tumba hay una leyenda: «Para nombre tan grande ningún elogio es adecuado. Nicolás Maquiavelo» (Tanto nomini nullum par elogium. Nicolaus Machiavelli), que está pagada por suscripción popular. En la foto de arriba tenemos la tumba del secretario florentino.  




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