El último lugar
donde el independentismo aparentaba estar unido –el gobierno catalán de
Torra-- ha entrado en crisis, en crisis
de unidad. Más allá de ese chambao no hay, ni real ni en apariencia, sitio
alguno que pueda calificarse como unitario. El secesionismo es una lima que
corroe incluso las instituciones que ocupa. De un lado la incompetencia de sus
líderes; de otro lado las luchas por el reparto de la túnica sagrada. Pero, con
mayor precisión: el fracaso de unos planteamientos que chocan abruptamente con
el mundo de la globalización interdependiente. Frente a esa realidad tozuda lo
único que les queda es la pataleta de los Puigdemont, Boris Johnson, Salvini et alia. Una
pataleta, que sin embargo puede tener graves repercusiones.
El gobierno catalán
se ha convertido en centro de división y en foco que la expande. No es lo mismo
la crisis en un ayuntamiento determinado entre las fuerzas independentistas que
en el centro donde se pretende guiar el
país. Josep Bargalló, miembro del gobierno y pata negra de Esquerra Republicana de Catalunya, ha planteado que si no hay presupuestos
de la Generalitat, Torra se ha de someter a una moción de censura. Lo que es
una respuesta áspera a la negativa de Torra de adelantar las elecciones
catalanas. Cabreado debe estar Bargalló, considerado por sus parciales como
hombre ponderado.
Tres cuartos de lo
mismo ha apuntado el presidente del Parlament (de adscripción ERC). Son
respuestas de personalidades que están hasta el cielo de la boca de tragarse los
sapos del vicario de Waterloo. Más todavía, son la constatación de que las
invocaciones a una salvífica unidad del independentismo tienen la misma
eficacia de las jaculatorias tipo «Cuatro esquinitas tiene mi cama». Bargalló,
pata negra, da un brinco cualitativo en la confrontación en el interior del
tropel independentista ya convertido en Brigada Brancaleone.
Mi amigo Paco Rodríguez de Lecea informa que «por
todo Poldemarx se han colgado los carteles de dos convocatorias
independentistas: la primera llama a una procesión de antorchas que ilumine la
montaña de Montserrat la noche del día 10 de septiembre, y la segunda convoca a
la ya clásica concentración en el centro de Barcelona el día 11». De ahí que
Paco advierta de la imprudencia de la mentada procesión nocturna tal como está
el panorama de incendios.
Pero, según cómo se mire, no es una idea
peregrina. Si por hache o por be ardiera
la montaña sagrada siempre habría algo o alguien a quien endosarle el fuego.
Naturalmente, al Estado español. Hasta ahora nadie del gobierno catalán ha llamado
la atención a los organizadores de la noche de las antorchas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario