miércoles, 28 de agosto de 2019

Salvini, Beppe Grillo, Sánchez e Iglesias




El «mal menor» se está convirtiendo desgraciadamente en la referencia de la acción política. Lo que se hace –o se intenta poner en marcha--  tiene como objetivo que las cosas no empeoren más. Sea, pero es conveniente que ese comportamiento tenga una corta esperanza de vida. Pongamos que, entre otras cosas, me refiero a las negociaciones italianas entre el insípido Partido Democrático y el pintoresco Movimiento del cómico Beppe Grillo. Tales negociaciones, a calzón quitado, pretenden evitar la convocatoria de elecciones anticipadas que posiblemente darían la victoria a Matteo Salvini. Oído, cocina: la democracia tiene instrumentos para defenderse con cierta eficacia de sus detractores.

El Partido Democrático y los de Grillo siempre se han llevado como el perro y el gato. Ahora, además, afirman algunos comentaristas italianos, en algunos sectores del grillismo aparecen algunos indicios de sensatez. El actual primer ministro, Conte, podría ser un anticipo de esas nuevas señales. El mal menor, pues: un gobierno de coalición entre los pintorescos y los insípidos antes de que vuelva Salvini, el Enviado de Putin en la Ciudad Eterna. Pan y cebolla antes que naíca de ná.

Pues bien, si negociar el mal menor es la tónica italiana de estos días, ¿qué impide un determinado contagio de ella en nuestro país? Lo impide, en mi opinión, la creencia de Pedro Sánchez de que finalmente se saldrá con la suya, de un lado; y, de otro lado, que Pablo Iglesias apuesta por un fantasioso «bien mayor», la antítesis del mal menor. De manera que si los insípidos y los pintorescos del país donde ya no florece el limonero se han sentado a hablar, parece evidente la lección para el berroqueño Sánchez y al joaquinita  Iglesias, que –cada uno a su manera--  se parecen más al asno de Buridán.

El último que apague la luz.    

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