«Creo
que la monarquía no está en crisis, y lo dice un republicano», ha dicho sin
tartajear Pablo Iglesias el Joven.
Droga dura como mínimo. Se hace notar que Iglesias ha introducido una cautela
(«lo dice un republicano») recurriendo a la picardía del padre de la prensa del
corazón, Jaime Peñafiel, quien granadinamente manifestaba que él no era
monárquico sino juancarlista.
El
auditorio, todavía no repuesto, oyó el complemento: «Sentó bien en Cataluña,
aunque no todos lo reconozcan, escuchar a Leonor, que aspira a ser jefa del
Estado, hablando en perfecto catalán. Ya ves tú, no es para tanto. No creo que
la hayan tenido que adoctrinar en una escuela catalana» (1). No se trata, en
absoluto, de un bulo, de eso que los pijos llaman ahora new fake. Es –en verdad, en verdad os digo— el mismísimo Pablo
Iglesias el Joven.
Hablando
en plata: el primer dirigente de Podemos ha sacado del Infierno al Régimen del
78; allí lo envió y, de paso, a la monarquía. Disgusto de Alberto Garzón,
desagrado en las corrientes anticapitalistas de la coalición y, sobre todo,
sorpresa en las extremidades del universo podemita. (No menor que las tres perplejidades que
provocó Santiago
Carrillo:
meter en el horno crematorio la dictadura del proletariado, el cambio de
bandera y el degüello ideológico de Lenin). En suma, lo que demonizó el acné
ideológico de Iglesias en su mocedad, lo santifica el mismo Iglesias en su
madurez.
Lo
diré sin florituras: nada que objetar a lo manifestado por Pablo Iglesias. Ni
siquiera le diré la chabacanería de ´bienvenido al club´. Tan sólo dos
observaciones: una, no es edificante el uso del fogonazo como substituto de la
pedagogía; Iglesias debe una explicación sobre el particular. Por mí, puede
ahorrarse la vulgar e hipócrita técnica de la autocrítica.
Apostilla.-- Esta sorpresa es, muy posiblemente, el inicio
de otras que vendrán, andando el tiempo.
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