Empezamos
mal. Rematadamente mal. Declara Pedro
Sánchez que «no dormiría tranquilo con Podemos en el gobierno». El
presidente en funciones remacha un clavo que, en su opinión, no habría quedado
lo suficientemente claro en las últimas semanas. Digamos que no se trata de un
calentón de boca. Estas comparecencias televisivas se preparan previamente con
el equipo de asesores, escribas sentados y consejeros áulicos con el mismo detenimiento
que los ensayos de “La venganza de don
Mendo”.
Lo
más seguro es que la dotación de la nave podemita responderá con acritud. Poner
la otra mejilla es algo que no se estila en esos menesteres. Ni tampoco la
respuesta tendrá la simetría de la ley del Talión: ojo por ojo diente por
diente. Dos ojos por uno y toda la dentadura al completo por una sola muela.
Así hasta llegar a un tenebroso «Mientes, Pabloiglesias» -- «Te equivocas,
Pedrosáncez», en claro recuerdo a uno de los momentos más cainitas de los
primeros años de la democracia española como arranque de las elecciones
sindicales. Es decir, de no rectificar el zafarrancho se podría llegar esa
justa medieval.
Me
pregunto qué aporta la frase de Sánchez. Y respondo: es un íncipit que apunta
el carácter de la campaña, digno de ser diseñado por Carlos Bilardo, caritativamente franciscano: «Al
enemigo, ni agua». Al enemigo, en este caso, la izquierda. En concreto, la
izquierda como campo de Agramante a la
espera de que un nuevo Ariosto cante sus
desventuras. La izquierda que deja de ser izquierda y se convierte en zurda o
zocata. Por no decir siniestra.
En
definitiva, las pesadillas de Pedro Sánchez y la hipotética respuesta del
divino impaciente son el campo abonado para que la derecha, una y trina, pueda
hacer una contundente escabechina. Después, quien no podrá dormir tranquilo
será un considerable cacho de la ciudadanía.
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