El independentismo catalán es un movimiento
casi pacífico. Es muy mayoritariamente no violento, pero en su seno hace tiempo
que se han instalado diversos somatenes que ya se han tirado al monte. Esa
iglesia es pacífica pero algunos de sus campanarios insinúan lo contrario. Es
la consecuencia lógica del fracaso del procés,
tanto en Cataluña como en el mundo. Lo ha dejado claro Francesc-Marc
Álvaro hoy en La
Vanguardia : “El mundo nos mira y no pasa nada”.
Quienes han llevado a Cataluña este callejón
sin salida son los responsables de la aparición de ese minúsculo, aunque
estridente, ejército de salvación, que abandonan la palabra y la pluma por la
goma 2. Digámoslo sin tapujos: son la congregación de Waterloo y sus
franquicias en la Plaça
de Sant Jaume. Vale decir: Carles Puigdemont y Quim Torra. Ahora, mientras no se aclare la cosa,
ambos personajes podrían entrar en el terreno de la hipótesis de tener
relaciones poco recomendables con el ejército de salvación. Uno de sus
miembros, detenido recientemente, ha declarado ante el juez García Castellón que Puigdemont y Torra estaban al
tanto de la operación del ejército de salvación. La intermediaria, siempre
según el declarante, era la hermana de Puigdemont, Lady
Waterloo. Grave aprieto para ese triángulo escaleno.
La mejor manera para, por lo menos, salir del
paso sería: aclarar esa situación y condenar sin paliativos al ejército de
salvación. En caso contrario, se está mandando un mensaje claro: apoyo
explícito a la violencia y, por lo tanto, recabando apoyos para la misma y,
además, asumiendo que todas las formas de conseguir la independencia son
igualmente legítimas. Con lo que gradualmente el movimiento iría asumiendo,
cada vez más, una mezcla de kale borroka, goma 2 y alguna avemaría para no
excesivas sospechas. Desde Hamlet se nos avisa:
“La locura en los grandes no debe dejar de vigilarse”. Así lo tradujo José María Valverde.
Están avisados.
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