Ronaldinho, ídolo global
de multitudes, ha hecho pública su adhesión a Bolsonaro, el candidato de la ultra-ultraderecha
para la presidencia de Brasil. O el futbolista no ha tenido tiempo suficiente
para informarse o es, a raíz de sus declaraciones, gaznápiramente devoto de tan
tétrico personaje.
Así
las cosas, alguien –nos consta-- decidió
llevar la cuestión a la junta directiva del FC Barcelona, dado que Ronaldinho
es «embajador internacional del club, un extraño perifollo que puede estallarle
al club en sus mismas posaderas. La
decisión de la junta directiva ha estado a la altura de su ínfima poquedad. «Nos
preocupa la imagen del club … Vamos a observar detenidamente la evolución del
caso». Es el estilo relamidamente gaseoso del presidente. Por cierto, qué
quiere decir exactamente el caso? ¿El
caso de quién? Para distanciarse una miaja la junta añade que «las ideas de
Bolsonaro no concuerdan con los valores del club». Lo sospechábamos,
ciertamente. Aunque el refinamiento de «no concuerdan» nos parece un argumento
inane, muy por debajo de lo exigible. Pollas en vinagre.
La
junta directiva debe cesar inmediatamente a Ronaldinho del cargo de embajador
internacional. Ni siquiera nos molestaremos en argumentarlo. El esfuerzo de
encontrar los motivos para ello lo dejamos en manos de la junta. Mientras tanto
abandono mi relación sentimental con el club. El Barça ha dejado de ser la
única religión verdadera.
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