Escribe Pedro López Provencio
La semana pasada paseamos por el noroeste de los
Balcanes. Con los pensionistas de CCOO. Para rellenar algún momento desocupado,
me llevé un libro. “Sobre la tiranía” de Timothy Snyder. Y hablé con gente de
por allí. De lo que les pasó. De ahí salen algunas ideas que transcribo con
pequeños arreglos.
Algunos filósofos de la antigüedad, como Platón y
Aristóteles, nos advirtieron que la desigualdad es la principal causa de la
inestabilidad. Y de que las libertades públicas pueden ser aprovechadas por los
demagogos para imponer la tiranía. Para impedirlo se ideó el Estado de Derecho.
Con su sistema de frenos y contrapesos. Y así evitar la usurpación del poder
por un solo individuo o grupo. E impedir que los gobernantes puedan burlar las
leyes fácilmente en su propio beneficio y en el de los particulares que los
puedan corromper.
La globalización, los sistemas financieros actuales y
la disrupción tecnológica, fomentan las desigualdades. Reales e imaginadas. Lo
que unido a una aparente impotencia de las democracias para afrontarlas, hace
que prospere el rechazo de la razón en nombre de la voluntad. Y se pueda negar
la verdad objetiva en aras de un mito glorioso. Que formulan unos líderes que
dicen encarnar la voz del pueblo. Argumentando que los complejos desafíos
actuales obedecen a una conspiración contra la Nación. Por lo que exigen que
las tareas de gobierno estén en un determinado grupo. El suyo. Que posee el
monopolio de la verdad. Para guiar a la sociedad hacia un futuro cierto,
conforme a los designios, supuestamente inmutables, de la historia.
Para eso es preciso que se obedezca por anticipado. Lo
que es una tragedia política. Porque siempre hay gente a la que no es necesario
mandarles nada. Intuyen lo que quieren sus superiores y se afanan en cumplirlo.
Así se suelen atropellar derechos de minorías. Mientras muchas personas
normales lo contemplan con desinterés y hasta con regocijo. Contra gitanos,
inmigrantes, etc.
Tendemos a creer que las instituciones democráticas
son permanentes y que nos van a defender de los desmanes. Pero ha habido
políticos que han accedido al poder, a través de esas instituciones, que se
dedicaron a destruirlas. Especialmente cuando cuentan con la distracción de la
sociedad. Como sucedió en Alemania en 1933. Cuando a un grupo totalitario gana
las elecciones, puede proponerse cambiarlas desde dentro. Mientras se distrae a
la gente con el entusiasmo patriótico, se eliminan derechos democráticos. Y
cuando se vota no se sabe si se estará votando por última vez. Después viene la
defensa de la patría contra el enemigo exterior e interior. Con lo que se
justifica la dictadura.
Conforme la globalización aumenta las desigualdades
económicas, la oligarquía se vuelve cada vez más amenazadora. Cuando alguien
cuenta con financiación privada, o de procedencia ignota, dispone de grandes
ventajas. De mucha más libertad de expresión. Lo que incide decisivamente en
las campañas a electorales. Como es el caso del señor Puigdemont. Que no hay
control público del dinero que ingresa y gasta.
Ciertamente, contamos con frenos y contrapesos. Pero
aún así, nos enfrentarnos a una situación en la que un solo grupo se puede
hacer con todo el poder. Autonómico, local, la parte que corresponde al Estado
y a la Comunidad Europea. Incluso teniendo minoría de votos. Por lo que puede
controlar todas las palancas de poder territorial. Si a eso le añadimos que las
asociaciones civiles, los colegios profesionales y los sindicatos se agrupan en
su ayuda, el paso siguiente hacia el totalitarismo está cantado. El grupo que
cuenta con semejante control no necesita activar políticas beneficiosas para la
sociedad en general. Y puede practicar muchas impopulares. A la larga ha de
temer a la democracia y procurará debilitarla.
Hay que ser conscientes de que nuestras palabras y
nuestros gestos, o su ausencia, son muy importantes. Las decisiones que tomamos
de intervenir o no en los asuntos públicos es una especie de voto. Cuando pidan
lealtad hay que asegurarse de que eso incluye a todos los ciudadanos y no
excluyen a nadie. Los lazos en las solapas distan mucho de ser inocentes.
Suelen ser símbolos de exclusión. En Alemania en 1933 empezaron a llevar
insignias que decían “SI” y siguieron con la esvástica. Otros, después,
tuvieron que llevar una estrella con distintos colores, dependiendo del grupo
marginado al que le asignaban. Cuando mucha gente luce símbolos de lealtad al
poder, la resistencia se hace muy difícil y la sumisión muy fácil.
La buenas prácticas profesionales son muy importantes.
El imperio de la ley puede destruirse con malos abogados y jueces títere del
poder político. Así se contemplaban éstos en las “leyes de desconexión”. Las
leyes y las normas no pueden estar al servicio de proyectos nacionales
excluyentes. Los abogados han de cumplir la norma de que no puede haber pena
sin juicio, los médicos no deben practicar una intervención sin consentimiento,
los empresarios no han de aceptar condiciones de explotación ni esclavitud y
los funcionarios no tienen que autorizar ni documentar actos atroces o repulsivos.
Por ejemplo.
Cuando hay personas que se encuadran y desfilan
llevando antorchas y fotos de sus líderes, el fin de la democrácia se acerca.
Cuando se entremezclan con la policía y colaboran entre sí, el final ha
llegado. Porque no es posible hacer elecciones democráticas, juzgar casos en
los tribunales, promulgar leyes y hacerlas cumplir, ni gestionar asuntos
públicos, cuando existen organismos, al margen de los oficiales, que tienen
posibilidad de ejercer presión y violencia contra las personas que no les son
adictas. Quienes pretenden socavar la democracia y el imperio de la ley, crean
y financian esas organizaciones violentas que se infiltran en la política.
Primero degradan el orden político y después lo subvierten. Se privatiza la
violencia. Para que se transforme el sistema siempre es necesario incorporar
emociones. Se impone la ideología de la exclusión y la instrucción de
militantes. Primero plantean un desafío a la policía, después se introducen y
por último la transforman.
Es fácil hacer lo que todo el mundo hace. Resulta
difícil, incluso, decir algo diferente. Pero sin esa incomodidad no hay
libertad. Cuando se consigue romper con la auto represión, otros siguen.
Los estereotipos que nos coloca la televisión se
emplean, incluso, por los que quieren discrepar. Es necesario evitar la
fraseología comúnmente utilizada a que nos inducen desde la televisión. Incluso
para expresar lo que dice todo el mundo. No hay que hacer seguidismo de
noticias banales. Ni de las que cada vez precisan de más espectacularidad para
entretenernos. Hay que distanciarse de internet y su ínfimo leguaje. Hay que
leer libros.
Nos sometemos a la tiranía cuando renunciamos a la
diferencia entre lo que queremos oír y lo que realmente oímos. Eso puede
resultar cómodo y agradable, pero anula la personalidad y el carácter. No
debemos renunciar a la realidad verificable asumiendo acriticamente las
mentiras e invenciones como si fueran hechos. Hemos de estar vigilantes ante la
repetición constante diseñada para hacer plausible lo ficticio y deseable lo
ilegal. Una mentira mil veces repetida en twitter no debe transformarse en una
verdad. Hemos de huir del pensamiento mágico y de la aceptación descarada de
las contradicciones: “vamos a romper el territorio de un Estado sin coste alguno”,
“se bajarán los impuestos, se incrementará el gasto social y se reducirá la
deuda”. No depositemos la fe en quien no la merece porque ha incumplido
reiteradamente su palabra y sus compromisos.
El cinismo de exigir “la verdad” nos conduce a no
hacer nada, hacia un páramo de indiferencia. Nuestra personalidad individual es
la capacidad de discernir los hechos. Y lo que hace que seamos una sociedad es
nuestra confianza colectiva en el saber común. Un individuo que investiga es un
ciudadano que construye. Al líder que no le gustan los investigadores y los que
preguntan en la duda es un tirano en potencia.
Conviene mirar a los ojos de nuestro interlocutor al
hablar de la cosas cotidianas. Así nos podemos hacer a la idea de en quien se
puede confiar y en quien no y echar abajo las barreras sociales. Cuando se
aparta la mirada, o se evita el contacto, el miedo está presente. Si se muestra
apoyo a todo el que discrepa razonadamente muchos se sentirán mejor.
Los gobernantes canallas utilizan lo que saben sobre
nosotros para manipularnos. Evitemos los virus y el malware en nuestros
aparatos electrónicos. El correo electrónico no es seguro y cualquier problema
jurídico puede ser utilizado para presionarnos, los contactos personales mejor
cara a cara. Somos libres en la medida en que controlamos lo que la gente sabe
de nosotros y las circunstancias en que llega a saberlo. Que no puedan sacar
nuestras palabras de contexto. Sacarlas de su momento histórico es una
falsificación.
Y hemos de luchar para que los votos de los ciudadanos
valgan igual. Que las papeletas de voto sean de papel. Para que no puedan
manipularse a distancia y siempre se puedan recontar. Que nadie pueda
tergiversar la voluntad de la ciudadanía libremente expresada. Así perdurará la
democracia. Aunque, quizás, fuese mejor el sorteo o la insaculación.
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