«Se trata de un presidente
(Torra) que,
dicho sea con todo el respeto, no
sirve para nada». Así ha escrito Antoni Franco con cincuenta
años de periodismo serio y temperado a sus espaldas (1). Por nuestra parte diremos que Torra es el
paradigma de la inutilidad que significa lo que dice representar. Y algo más
que siempre me he resistido a insinuar: cabe la posibilidad de que ese
personaje no esté en sus cabales. Su última astracanada ha sido ésta: dirigirse
a un grupo de mandatarios mundiales para que medie en el conflicto catalán. Donald Trump entre ellos. Paréntesis:
una propuesta tan estrafalaria no se hace sin la aquiescencia del hombre de
Waterloo. En su palacete se escribe el guión.
¿Así que el movimiento
pacifista que Torra lidera pone en Trump sus esperanzas? Algo chocante,
desde luego, para el independentismo político y realmente estridente para su subsuelo. En todo caso, la propuesta de
Torra tiene su fundamento: ambos coinciden en la urgencia de levantar fronteras
de separación, en la división de la ciudadanía, en el populismo de la anti
política. Trump y Torra, dos hombres y un destino: la bronca permanente. Y algo
más: Antoni Franco estima que «Torra es un niño con los revólveres cargados».
Los mismos (o parecidos revólveres) que los de Trump. Los del americano son
globales; los de Torra son de campanario. Peligrosos ambos.
Visto lo visto creo
que me quedé corto cuando afirmaba recientemente que «Cataluña tiende al caos»
(2). Naturalmente me refería al teatro político independentista. La sesión del
Parlament de ayer fue una mezcla de esperpento, de novelilla de cinco duros y
de sainete de principios del siglo XX; de sainete en la tercera acepción que le
da la Docta: «situación o acontecimientos grotescos o ridículos y a veces tragicómicos».
Cataluña tiende políticamente al caos.
Por lo que no tenemos empacho en repetir delenda
est Torra. Delenda est Waterloo.
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