jueves, 27 de mayo de 2021

El indulto


 

La delicadísima cuestión del indulto a los políticos presos independentistas está trayendo de cabeza a una buena parte de la ciudadanía, aunque especialmente el que más siente esa circunvalación es el gobierno de Pedro Sánchez, que está siendo atacado por la cabeza, el tronco y las extremidades. Por si faltaba poco para el temporal, Felipe González ha sacado la lengua a pasear.

Parto de la frase final del billete del director de La Vanguardia, Jordi Juan, que afirma: «Ojalá al gobierno de  Pedro Sánchez no le tiemble el pulso y sea capaz de llevar a feliz término las medidas de gracia». Hoy mismo lo pueden consultar ustedes en el diario barcelonés. Coincido con tan sensata opinión, que va en dirección opuesta a la mayoría de los medios madrileños. En todo caso, el asunto está rematadamente mal.

En primer lugar, el poder judicial parte de un constructo medieval que tanto destrozo ha hecho en los cuatro puntos cardinales: «Fiat justitia et pereat mundus». O sea, hágase justicia aunque el mundo explote. Es una actitud severísima que, en anteriores ocasiones –pongamos que hablo del teniente coronel Tejero—brillo caritativamente por su ausencia.

Entiendo que esa costra togada opte porque políticamente –es decir, las consecuencias del no indulto— las cosas sigan pudriéndose. A más degradación, mayor poder político y simbólico tendrían los diversos sectores de esos estamentos judiciales.

El Partido Popular mantiene su actitud  cimarrona buscando todos los caminos y recovecos para quitarse a Pedro Sánchez del camino.  Y, a su vez, la menguada Inés Arrimadas suelta sus últimas bocanadas de oposición. A todos ellos se suma esas cáfilas de primates, instalados en los medios orales, escritos y televisivos. Saben que hay pienso a granel para dar y vender.

De momento, sin embargo, el presidente de la Generalitat recién estrenado ha dicho algo sensato: «cualquier medida que alivie el dolor será bienvenida». Así las cosas, de la misma manera que, casi siempre, le hemos puesto como un pingo, ahora no se nos caen los anillos afirmando que, hablando así, se va rebajando los elevados grados de la olla a presión.

Una olla a presión que atizan los hunos y los hotros. Felipe Gónzález se pone el delantal y cocina un comistrajo contra el indulto. Él, el hombre de Estado. Y, posiblemente, las vacas sagradas del felipismo volverán a dar la murga con su enésima orza de los abajofirmantes.

Ni que decir tiene que los políticos presos tampoco ponen las cosas fáciles. Y peor todavía los incendiarios que llaman, ahora, a inspirarse en la experiencia de la Irlanda de aquel meapilas Eamon de Valera. Es decir, a tiro limpio y bombas a diestro y siniestro.

Vale la pena el indulto, porque –en teoría--  rebajaría la tensión y, especialmente, sería una señal a importantes sectores independentistas, hartos de tanta murga que no les lleva a ninguna parte. Y, no se olvide, le quita pretextos a ese manicomio de Waterloo.

¿Que el indulto huele mal? De acuerdo, por eso me tapo las narices. Pero es preferible eso a que la situación sea definitivamente irrespirable.

 

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